lunes, 23 de noviembre de 2009

El difícil (y divertido) oficio de la servidumbre


El escritor irlandés Jonathan Swift (1667-1745) ha pasado a la posteridad por su simbólica obra Los viajes de Gulliver (1726), pero en su dilatada carrera literaria destacan otros muchos libros, algunos prácticamente desconocidos en la actualidad. La editorial Sexto Piso inicia felizmente la recuperación de varios de estos raros títulos (La batalla entre los libros antiguos y modernos e Historia de una bañera siguen esperando una publicación moderna). Instrucciones a los sirvientes vio la luz en 1731. Años después, en una edición de 1752, su editor, George Faulkner, indicó en la introducción que en realidad la obra no estaba terminada, porque Swift pretendía dedicarse a otras tareas de más enjundia. Esta hilarante galería de instrucciones a los más variopintos oficios domésticos —mayordomos, cocheros, mozas de cámara, mozos de cuadra, lecheras, doncellas, administradores de tierras, lavanderas y ayas, entre otros—, que el señor Swift tan bien conocía, aúna mordacidad e ingenio a partes iguales. Él mismo fue sirviente durante muchos años de su vida, como empleado del diplomático y escritor sir William Temple, en Inglaterra. Sus relaciones no fueron precisamente idílicas y en 1694 Swift regresó a Irlanda para ordenarse sacerdote. Más tarde, en 1696, se reconciliaron y Swift permaneció con él hasta su muerte, en 1699. Durante esos años se dedicó a escribir y después se consagró a su carrera religiosa y política. Tras ejercer variados cargos religiosos, finalmente fue nombrado deán de la catedral de San Patricio, en Dublín. "Estoy mortalmente harto de despedir y contratar sirvientes", dijo por aquellos años. Y en esta catedral está enterrado; él mismo redactó su hermoso epitafio: "Aquí yace el cuerpo de Jonathan Swift, deán de esta catedral, en un lugar en que la ardiente indignación no puede ya lacerar su corazón. Ve, viajero, e intenta imitar a un hombre que fue un irreductible defensor de la libertad".

Los amos y las señoras suelen regañar a los sirvientes por no cerrar las puertas tras ellos, pero ni los amos ni las señoras tienen en cuenta que esas puertas hay que abrirlas antes de poder cerrarlas, y que abrir y cerrar puertas es doble trabajo; por tanto, lo mejor, lo más corto y lo más fácil es no hacer ni una cosa ni la otra. Pero, si insisten tanto en que cierres la puerta que no puedes olvidarlo con facilidad, da un portazo tan grande al salir que tiemble toda la estancia y que todo vibre en su interior, para que tu amo y tu señora adviertan que sigues sus instrucciones.

Swift, Jonathan, Instrucciones a los sirvientes [Directions to Servants], Sexto Piso, Madrid, 2007. Introducción de Colm Tóibín, traducción de Ismael Attrache. Rústica, 112 páginas.