domingo, 27 de marzo de 2011

Una chica de Queens y un chico sin estudios


La editorial Libros del Asteroide tiene por costumbre finalizar todas sus novelas con una amable página en la que agradece el tiempo que el lector ha invertido en la lectura del libro y le anima a recomendarlo a otros lectores si ésta le ha resultado satisfactoria. Esta página siempre comienza con una cita elegida ad hoc para cada novela en particular. En el caso de Un matrimonio feliz, la cita, de G. K. Chesterton, no ha podido escogerse mejor: «Dichosos los hombres que aman a la mujer con la que se casan, pero más dichoso aquel que ama a la mujer con la que está casado». El lector avezado entenderá en toda su extensión esta cita cuando acabe de leer la novela.
Con Un matrimonio feliz, Libros del Asteroide prosigue con su magnífica labor de recuperación de títulos de la literatura estadounidense, en este caso, de una obra reciente que en 2009 se alzó con el Premio Los Angeles Times al libro del año. Su autor es el guionista y novelista Rafael Yglesias (Nueva York, 1954), desconocido en estos lares, por lo que la publicación de esta novela, parcialmente autobiográfica, tiene más mérito aún. Es de agradecer el «olfato editorial» de Luis Solano, pues no cabe duda de que este título merece auparse a un buen lugar en las listas de los libros más vendidos.
Un matrimonio feliz, ambientada en el Manhattan de los años setenta, relata, de manera desgarradora, emotiva y compleja, la relación de Enrique Sabas, escritor precoz y guionista, y su mujer, Margaret Cohen, diseñadora gráfica, desde la complicada perspectiva de saber que a ella apenas le quedan tres semanas de vida. Tres semanas en las que Enrique, que jamás ha hecho nada sin la supervisión de su esposa durante sus casi treinta años de matrimonio, se dedicará a planificar su despedida. En contraposición con este hilo argumental, que ocupa los capítulos pares, Enrique reconstruye en los impares los comienzos de su relación, los años felices, el nacimiento de sus hijos, sus enfados y crisis, sus alegrías, con detalles, a veces nimios, que transmiten al lector que está ante un verdadero canto a la vida. Este intenso vaivén de sentimientos entre el trágico final y la ingenuidad y la pasión de los primeros momentos destila sinceridad y buen quehacer literario. El lector se halla frente a una novela que describe una gran historia de amor (impagable el capítulo décimo: «Un regalo perfecto»), en la que se desnudan, de manera brutal, las vidas de Enrique y Margaret (y sus complejas relaciones familiares), y va de la mano con ambos hasta el final del recorrido, a pesar de la dureza de la situación. Con todo, Un matrimonio feliz no es una novela en absoluto triste, sino de una viveza extraordinaria: un retrato perfecto sobre la naturaleza humana y la intensidad de las relaciones.

De pie sobre la tumba de un rico neoyorquino, Enrique se dio cuenta de que tendría que llevar a cabo esa elección estética para Margaret, la más permanente de todas, sin consultarla. La amarga experiencia le había enseñado que era una necedad intentar imaginar por sí solo cuál sería su preferencia. Resultaría romántico poder decir que en los veintinueve años anteriores no había tomado ninguna decisión sin el consejo de su mujer, pero eso sería una absurda exageración. [...] Enrique no tenía ni idea de si ella preferiría estar en la parte oriental u occidental de un cementerio del siglo XIX donde, para dejar sitio a las nuevas tumbas, se habían eliminado los senderos de tierra que discurrían entre elaboradas lápidas que habían sido concebidas para las familias ricas de la época de Henry James. Quería preguntarle a Margaret si ella preferiría yacer en una parcela descubierta entre dos arces frondosos o bajo las ramas de un anciano roble.

Yglesias, Rafael, Un matrimonio feliz [A Happy Marriage], Libros del Asteroide, Barcelona, 2011. Traducción de Damià Alou. Rústica, 416 páginas.

domingo, 20 de marzo de 2011

«Todo poema comienza siendo veraz o hermoso»

Una vez al mes, esta bibliotecaria visita, junto con una de sus corresponsales más asiduas y queridas, la señora M. G. V., la librería Hiperión, con el fin de nutrir sus estanterías de poesía. Charlan amigablemente con Maite, la librera, curiosean entusiastas por los estantes, revuelven un poco las obras, no cesan de hacer preguntas y no salen de allí sin un par de buenos libros. La semana pasada, la bibliotecaria se hizo con dos títulos que ya han encontrado un hueco en Redfield Hall: Los sonetos de la dama portuguesa, de Elizabeth Barrett Browning (1806-1861), y Las bodas de Pentecostés, de Philip Larkin (1922-1985). El recuerdo del imponente retrato de la señora Barrett Browning en la National Portrait Gallery de Londres hizo que se inclinara por esta obra, y respecto al segundo título, se vio abocada a comprarlo después de varias semanas oyendo hablar de este poeta, primero por la recomendación de un amigo (gracias, Alejandro) y a partir de ese momento por leer distintas noticias relacionadas con él (como, por ejemplo, que en Lumen están pensando en publicar sus Letters).
Las bodas de Pentecostés se publicó por primera vez en Inglaterra en 1964. Larkin recibió de su editor inglés , Faber and Faber, 75 libras: la máxima cantidad pagada hasta entonces por un libro de poemas. Pronto se vio que la inversión había merecido la pena: en apenas dos meses se vendieron 4.000 ejemplares. Philip Larkin, educado en Oxford y bibliotecario de profesión, debutó en el mundo de la literatura con El barco del norte, una selección de poemas con clara influencia de Yeats y de Auden. En 1946, la lectura de un libro de poemas del siempre genial Thomas Hardy, Chosen Poems, cambió su concepción de este género literario y olvidó «su fiebre celta» para centrarse en hechos observables, permaneciendo dentro de «los confines de mi propia vida y escribir desde ahí». Esta declaración de principios la llevó a la práctica en su siguiente obra, Un engaño menor, que marcó un antes y un después en su carrera literaria. Seguramente, Larkin comprendió al leer a Hardy que no tenía que avergonzarse «del dolor, del fracaso y de la angustia», tres miedos que siempre le acompañaron. Con la publicación de Las bodas de Pentecostés, que escandalizó por su insolencia y por su lenguaje áspero y coloquial, Larkin se hizo definitivamente un hueco en las letras británicas. La belleza de sus poemas reside en la verdad de la experiencia que relata, en su gusto por el detalle y en su desarrollo retórico. Fue un poeta que nunca creyó en las exégesis —«¡Oh, por amor de Dios, no se estudia a los poetas! Los lees y piensas: "Qué maravilla. ¿Cómo lo ha hecho?"»—, sino en la emoción: «La poesía debería comenzar con una emoción en el poeta, y acabar con esa misma emoción en el lector. El poema no es más que el instrumento de transferencia».

Qué raro no saber nada, nunca estar seguro
de qué es cierto o acertado o real,
y verse obligado a puntualizar O eso creo,
o Bueno, eso parece:
seguro que alguien lo sabe.
Qué raro ignorar cómo van las cosas:
su talento para encontrar lo que necesitan,
su sentido de la forma, su puntual diseminación
de la semilla, y su voluntad para cambiar;
sí, es raro,
incluso vestir ese conocimiento —pues nuestra carne
nos rodea con sus decisiones—
y sin embargo pasar toda la vida en imprecisiones,
pues cuando empezamos a morir
no tenemos ni idea de por qué.
(Ignorancia).

Larkin, Philip, Las bodas de Pentecostés [The Whitsun Weddings], Lumen, Barcelona, 2007. Edición bilingüe. Prólogo y traducción de Damián Alou. Rústica, 126 páginas.

viernes, 18 de marzo de 2011

Organizando las estanterías


Un fin de semana, Sean Ohlenkamp (el creador de este vídeo) y Lisa Blonder Ohlenkamp se dedicaron a organizar sus estanterías, pero, como bien dice él mismo: "Se nos fue un poco de las manos". (Gracias a Óscar, que me descubrió este vídeo. Merece verse en pantalla completa y con la música a todo volumen).

sábado, 12 de marzo de 2011

La Biblioteca de Redfield Hall ha tenido acceso en exclusiva al vídeo promocional que ha encargado Impedimenta para publicitar su novedad Flora Poste y los artistas. La realización de la pieza ha corrido a cargo de Cristina Martínez Delgado.


Flora Poste y los artistas from Editorial Impedimenta on Vimeo.

domingo, 6 de marzo de 2011

¡Flora Poste ha vuelto a hacerlo!


Una de las grandes sorpresas editoriales de 2010 fue La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons, cuya inexplicable ausencia en español solventó la editorial Impedimenta hace justo un año. Las críticas y el público en general se rindieron ante esta joven «de voluntad férrea y espléndidas pantorrillas» y ante una escritora que no escatimaba esfuerzos a la hora de abofetear merciless a todos aquellos esnobs, papanatas y falsos intelectuales de la Inglaterra de su época.
Dieciséis años después de que la señora Gibbons escribiera aquella novela, decidió embarcar a su protagonista en una nueva aventura, que lleva por título Flora Poste y los artistas. La idea que movió a la autora fue la rebelión contra los movimientos intelectuales, filosóficos, económicos y literarios de mediados del siglo XX. Ni el existencialismo ni el psicologismo ni el fauvismo ni todos sus meandros colindantes se libran de las feroces bofetadas que propina Stella Gibbons: simplemente, no soportaba la ridiculez de algunas propuestas vanguardistas ni las falsedades e hipocresías de las teorías filosóficas relacionadas con la apatía y la inacción del existencialismo, que, para Flora Poste, no son más que holgazanerías.
Felizmente casada y con cinco retoños, Flora vive apaciblemente en Londres, en una rectoría. Entonces recibe noticias, nuevamente, de la granja de sus parientes de Sussex: ¡ya no quedan Starkadder en Cold Comfort Farm! Una verdadera tragedia. Muchos de sus habitantes han emigrado, otros han abandonado los labrantíos y muchas jóvenes de la familia trabajan como criadas en el nuevo establecimiento que se ha abierto en la granja. Es muy evidente que se necesitan los impagables servicios de Flora Poste. En esta nueva peripecia, la protagonista se encontrará con pintores, escultores, escritores, filósofos y empresarios (y hasta con un sabio oriental), los cuales simbólicamente han ocupado las antiguas y entrañables estancias donde antaño vivían los Starkadder. La misión de Flora Poste es devolverle a la granja su verdadera naturaleza y su esencia. Si lo logra o no, es algo que tendrá que descubrir el lector recorriendo estas páginas llenas de humor y fina ironía.
Impedimenta, que acertó de pleno con la cubierta de La hija de Robert Poste (el verde sukebind ya casi es un clásico en las librerías), ha apostado ahora por una imagen de Carl Larsson que ilustra a la perfección la transformación «higiénica y estética» que ha sufrido la mugrienta y embarrada granja de Cold Comfort. Tal y como se advierte en la introducción, no es necesario haber leído La hija de Robert Poste para disfrutar de Flora Poste y los artistas: una vez que el lector traba amistad con Florita, buscará por todas las librerías nuevas aventuras y peripecias de esta joven «de voluntad férrea y espléndidas pantorrillas».

Una soleada mañana, en plena Segunda Edad Oscura, Flora y Charles Fairford se encontraban sentados desayunando con su familia en la rectoría, con vistas a Regent's Park, en Londres, donde habían vivido desde que Charles obtuviera su plaza, unos trece años atrás. Flora, como probablemente se recordará, era la famosa Flora Poste, alabada en su momento por la rectitud de su nariz y la eficacia de sus trabajos de orden y aseo en la granja de Cold Comfort, en Sussex. La nariz seguía conservando su elegancia clásica; respecto a otros trabajos, ese era un asunto en el que Flora rara vez pensaba ya, puesto que tenía cinco hijos y no disponía ya de tiempo para nada. El correo acababa de llegar y la familia se afanaba en la lectura de las cartas.

Gibbons, Stella, Flora Poste y los artistas [Conference at Cold Comfort Farm], Impedimenta, Madrid, 2011. Traducción e introducción de José C. Vales. Rústica con sobrecubierta, 222 páginas.