viernes, 28 de mayo de 2010

lunes, 24 de mayo de 2010

Mirando por encima del hombro


Desde 1957, año en el que Seix Barral publicó su novela Loving (1945), ninguna editorial española había editado otra obra del autor británico Henry Green, hasta ahora. Felizmente para los adictos a la narrativa inglesa, Lumen ha rescatado la inclasificable Viajando en grupo (1939).
Henry Green (1905-1973), nom de plume de Henry Vincent Yorke, ejemplifica como pocos escritores el carácter excéntrico, tan peculiar, por otra parte, de los británicos. Henry Green nació en el condado de Gloucestershire, en el seno de una familia pudiente dedicada al negocio industrial, y, como cualquier buen excéntrico que se precie, estudió en Eton y Oxford. En la ciudad universitaria trabó amistad (y rivalidad literaria) con Evelyn Waugh, aunque abandonó sus estudios sin haberse licenciado, según cuentan las crónicas, por desavenencias con su tutor, C. S. Lewis. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó de bombero y vio de cerca las terribles consecuencias de los bombardeos nazis sobre la población civil. Su carrera literaria apenas abarca veinte años, durante los cuales escribió una decena de obras, entre las que se encuentran algunos textos autobiográficos. Al parecer, en sus últimos años de vida decidió encerrarse en su mansión y vivir como un vagabundo rico, entregado por completo al alcohol. También decidió no dejarse fotografiar nunca más.
Viajando en grupo, una novela absolutamente british, relata las vivencias de ocho amigos, sofisticados, educados, pudientes y desocupados, durante cuatro horas. Una pertinaz niebla envuelve la Estación Victoria de Londres y no se ofrece servicio ferroviario. Los ocho amigos, que debían coger un tren, deciden instalarse en el hotel de la terminal hasta que se disipe la niebla. En el exterior, centenares de trabajadores se impacientan ante la situación mientras los ocho amigos procuran entretenerse y matar el tiempo. Ante semejante situación, sale a relucir la mezquindad de cada uno de ellos y la novela se convierte así en un hilarante retrato de la estupidez y ridiculez humanas.

La niebla era tan densa que el pájaro, alborotado, chocó de plano contra una balaustrada y cayó, muerto, a sus pies. Allí estaba, y la señorita Fellowes levantó la vista hacia aquel manto de niebla, seis metros más arriba, y desde el cual, dando un giro, había caído el pájaro. Se agachó y lo cogió de un ala, después entró en el túnel que había delante de ella, el del cartel luminoso de SALIDAS con la paloma muerta. Nadie le prestó atención, cada uno iba a lo suyo y todos tenían prisa, nadie miraba hacia atrás. Su paloma muerta reposaba ladeada, las alas extendidas colgaban de su mano y la cabeza inerte apuntaba hacia el suelo.

Green, Henry, Viajando en grupo [Party Going], Lumen, Barcelona, 2009. Traducción de Laura Wittner. Cartoné con sobrecubierta, 230 páginas.

lunes, 17 de mayo de 2010

Cuando brotan lilas de la tierra muerta


Una perturbadora e inquietante cubierta, tomada de un óleo de Dino Valls, Ludus Filorum (2009), envuelve una de las apuestas primaverales de la editorial Impedimenta: El mes más cruel, de Pilar Adón. La belleza que destila esta imagen combina exquisitamente con lo que el lector podrá descubrir a lo largo de sus páginas. En el título se advierte ya el recuerdo de los versos de T. S. Eliot, en La tierra baldía (1922): «Abril es el mes más cruel, hace brotar/lilas del interior de la tierra muerta,/mezcla la memoria y el deseo, estremece/las raíces marchitas con lluvia de primavera».
El mes más cruel es una recopilación de catorce relatos y otros tantos poemas que cierran cada uno de los cuentos. La delicada y bellísima prosa de la autora encuentra un acomodo perfecto en estos breves relatos, cuyos argumentos giran alrededor de temas como la soledad, la muerte, la separación, la locura, la incomunicación y el miedo. Casi como si se tratasen de cuentos de hadas, los personajes desfilan en una nebulosa realidad: muchachas deambulando entre acantilados o corriendo por el bosque, el espíritu de un gato recorriendo una casa o una nodriza vampírica.
Como señala Marta Sanz en la introducción del libro, «a estos cuentos hay que desnudarlos, irles quitando la corteza poco a poco». Podría pensarse que al ir «descortezando» las narraciones, el lector se quedará con las puras inquietudes de la autora: la honradez literaria de Pilar Adón es en este punto incuestionable. Sus cuentos —esbozos de temores y penas, podrían llamarse— recorren ese indistinguible territorio donde se funde lo emocional y lo filosófico, y cumplen con la sagrada función de la poesía, que consiste en hacer comprender un mundo que los ensayos más sesudos no pueden descifrar.
Pilar Adón (Madrid, 1971) recibió el Premio Ojo Crítico de Narrativa en el año 2005 por su libro de relatos Viajes inocentes y está considerada una de las escritoras más solventes de la narrativa actual.

En otoño caen las hojas de los árboles y, sobre el suelo, forman extensas y tupidas alfombras de tonos ocres. Hojas alargadas y planas... Es entonces cuando se eclipsan los juegos y las risas. El otoño es la época del oscurecimiento paulatino de la alegría, y los monstruos del otoño suelen ser los más malvados, los más deformes e incontrolables. Actúan a su antojo, sin control por parte de sus pobres víctimas somnolientas y desorientadas. [...] Pero también es en otoño, en determinados momentos del día, cuando hasta la planta más pequeña puede arrojar una sombra prolongada y armoniosa sobre el suelo.

Adón, Pilar, El mes más cruel, Impedimenta, Madrid, 2010. Introducción de Marta Sanz. Rústica con sobrecubierta, 206 páginas.

domingo, 9 de mayo de 2010

El hombre de los mil nombres


El escritor irlandés Brian O'Nolan (1911-1966) se escondía tras varios seudónimos para publicar sus obras y columnas periodísticas. Su trabajo como funcionario en la Administración prácticamente le obligaba a ello. Tras el nombre de Flann O'Brien sacó a la luz las que se consideran sus mejores obras: En nadar-dos-pájaros, El tercer policía y La vida dura. Durante veinte años, escondido tras el nombre de Myles na gCopaleen, satirizó a pretenciosos de toda Irlanda desde su columna semanal, "Cruiskeen Lawn", en el Irish Times; para sus escritos en el Leinster Times y en The Nationalist era George Knowall. También empleó su nombre en gaélico, Brian Ó Nualláin, para firmar algunos libros, y a esta retahíla de alias se pueden añadir los siguientes: Brother Barnabas, Count O'Blather, John James Doe, Peter the Painter, Brian Hackett y Winnie Wedge.
La vida dura —cuyo subtítulo es Una exégesis de la sordidez— destila humor y mordacidad a partes iguales. En un estilo jocoso, O'Brien pinta la vida de una peculiar familia irlandesa. Al hogar del señor Collopy llegan dos niños huérfanos. Finbarr, el menor de los dos hermanos (y el narrador de la obra), observa desde su puesto en la cocina —mientras hace los deberes— el devenir de cada miembro de la extraña familia. El señor Collopy, entregado por completo al whisky, tiene en mente una singular tarea en favor de las mujeres y pasa el tiempo manteniendo apasionadas y eruditas conversaciones con un padre jesuita sobre la historia de la Compañía. Manus, el hermano de Finbarr, pronto descubre que los estudios no lo conducirán a parte ninguna y se convertirá en un as de los negocios. Funda la Academia Universal Londres y vende cursos por correspondencia que él mismo inventa —equilibrismo, buceo, periodismo—, piratea libros de la Biblioteca Nacional, hace apuestas de caballos y comercializa medicinas preparadas por él. Un día, el señor Collopy enferma y Manus le aconseja tomar uno de sus bebedizos. Los efectos del medicamento en el señor Collopy son inesperados y decide ir a visitar al Papa junto con su amigo jesuita...
Flann O'Brien fue un autor muy admirado por sus contemporáneos. James Joyce leía sus novelas con avidez, ayudado por una lupa enorme dado que casi estaba prácticamente ciego. Graham Greene, Dylan Thomas, Samuel Beckett y Edna O'Brien figuraban entre sus más rendidos admiradores. En Nórdica Libros están "entusiasmados con la obra de este genial irlandés" y, además de La vida dura, han publicado también El tercer policía, Crónica de Dalkey, La boca pobre y, muy recientemente, En nadar-dos-pájaros.

—Pues en Dublín tenemos a los taberneros más pícaros que jamás hayan existido, son peores que los ladrones de caminos. Al whisky le echan agua y luego le sirven a uno menos de lo debido. El bocadillo de ternera se lo dan a uno sin la carne, sólo los restos de la piel del asado del domingo preparado por las manos sucias de mamá en la cocina del piso de arriba. Algunas de esas personas no se lavan durante semanas y eso es un hecho. ¿Sabe usted por qué algunas de estas damas faltan a menudo a misa? Porque tienen que bañarse. Y zurcir sus condenadas medias.

O'Brien, Flann, La vida dura [The Hard Life], Nórdica, Madrid, 2009. Introducción de Jamie O'Neill. Traducción de Iury Lech. Rústica, 208 páginas.

domingo, 2 de mayo de 2010

La tensa creación de la novelística inglesa


Espasa Clásicos, en su admirable labor de rescate de obras maestras tristemente sumidas en el olvido, publica Tom Jones, de Henry Fielding (1707-1754). Hasta ahora, al lector exigente le resultaba imposible localizar una traducción revisada en las librerías españolas (y todavía hoy es difícil de encontrar, a pesar de esta edición, dado que, desafortunadamente, este volumen, como la mayoría de los textos clásicos, no se expone en las mesas de novedades). Considerado por la crítica como el precursor de la moderna novelística inglesa, el señor Fielding gozó de una enorme popularidad en su época, y junto con Samuel Richardson (el inolvidable creador de Pamela, con el que mantuvo una tensa relación por las diferentes características de sus obras), sentó las bases de la producción literaria posterior. Su influencia abarca desde sir Walter Scott y Charles Dickens, hasta Jane Austen y James Boswell.
Educado en Eton, Henry Fielding acabó dedicándose a la literatura dramática y a la novela porque su trabajo como abogado no le generaba los recursos suficientes para vivir con holgura. Su estilo irónico y procaz también halló acomodo en artículos que publicaba bajo seudónimo en diferentes periódicos. Su primera novela, An Apology for the Life of Mrs. Shamela Andrews (1741), en la que parodiaba inmisericordemente la Pamela de Richardson, le procuró un éxito inmediato. Al año siguiente, y en esta misma línea, sacó a la luz Joseph Andrews, esta vez, sobre el hermano de Pamela. Inspirada en Cervantes y de carácter picaresco, anunciaba ya los mimbres con los que urdió su famosísimo Tom Jones, que publicó en 1748. Sólo en su primer año de recorrido vendió diez mil ejemplares y ello a pesar de las demoledoras críticas que recibió de algunos de sus contemporáneos, como Samuel Richardson (como no podía ser de otra manera) y Samuel Johnson (éste incluso confesó que sólo había podido leer el principio). Sin embargo, con el paso de tiempo, Tom Jones llegó a considerarse como una de las grandes obras de la literatura universal, tanto por su perfección formal como por el excelente retrato de la sociedad de su época. El señor Fielding exponía una galería de personajes absolutamente vivos, con todos sus vicios y virtudes, y, frente a otros escritores de su tiempo, que trataban de esconder la naturaleza ficticia de sus obras, él no ocultaba su presencia, incluso se dejaba notar en sus novelas haciendo diferentes comentarios al lector (como hizo Anthony Trollope posteriormente). En 1751 publicó su última novela, Amelia, otra obra que el lector español difícilmente podrá encontrar en los despachos de libros modernos (circunstancia igualmente aplicable, por desgracia, para las grandes obras de Samuel Richardson: Pamela o la virtud recompensada, Clarissa, la historia de una joven dama y Sir Charles Grandisson).

Un autor debe considerarse no como un caballero que ofrece un convite privado, sino más bien como alguien que mantiene trato con un público corriente y en cuya casa son bien recibidas todas las personas que se presenten libremente. En el primer caso, es bien sabido que el anfitrión presenta el menú que le parece, y aunque éste no sea del agrado de sus comensales, éstos no pueden poner reparo alguno; antes, por el contrario, la buena educación les impele a exteriorizar su aprobación y a celebrar todo lo que se ponga sobre la mesa. Lo contrario le sucede al dueño de una casa de comidas. Las personas que pagan lo que comen tratarán de dar gusto a su paladar, por exigente y delicado que éste sea, y si encuentran algo que no les resulte agradable, tendrán derecho a censurar y a renegar de su comida sin cortapisas.

Fielding, Henry, Tom Jones [The History of Tom Jones, a Founding], Madrid, Espasa, 2009. Traducción de G. Sans Huelin. Cartoné con sobrecubierta, 704 páginas.