sábado, 22 de diciembre de 2012

Feliz Navidad


"Y respecto a los dulces (pudin de arándanos o de frutas variadas), lo dejo a tu consideración. Lo único que te pido es que no seas tacaña. La Navidad es sólo una vez al año".

Elizabeth Gaskell, Tormentas y buen tiempo en Navidad.



miércoles, 12 de diciembre de 2012

Arnold Bennett Bloggers Assembly


Hoy se ha dado el pistoletazo de salida para los preparativos de una iniciativa tan curiosa como interesante y necesaria: reinvindicar la figura del gran escritor inglés Arnold Bennett, inexplicablemente ninguneado por estos lares, sobre todo, editorialmente. El próximo 27 de marzo de 2013, día en el que se cumplirán ochenta y dos años del fallecimiento del novelista, se llevará a cabo una acción simultánea en numerosos blogs para rendir homenaje a su memoria. La propuesta es idea de José C. Vales (Las luciérnagas no usan pilas) y de Elena Rius (Notas para lectores curiosos) y está abierta a todo aquel que quiera participar. Dentro de unos días se pondrá en funcionamiento una web creada ad hoc para la ocasión en la que se irán mostrando los blogs que ya se han comprometido a escribir ese 27 de marzo un post sobre Arnold Bennett.
Esta bibliotecaria se alegra especialmente de esta celebración bennettiana: el señor Bennett y su Cuento de viejas fueron sus compañeros inseparables durante el verano de 2011 mientras viajaba en barco por media Europa.
(Los lectores de esta biblioteca que quieran sumarse al homenaje se pueden poner en contacto con los patrocinadores de la iniciativa en sus blogs).


viernes, 7 de diciembre de 2012

Reading is sexy

Audrey Hepburn
Cary Grant
George Harrison
James Dean
Marlon Brando
Paul Newman
Johnny Depp
Paul Auster
George Clooney

domingo, 2 de diciembre de 2012

El orden y el caos: librerías en Roma


Recorrer las librerías de las ciudades que se visitan es una obligación ineludible. No sólo procuran información sobre los libros que leen los ciudadanos de esos lugares, sino que además proporcionan visiones distintas acerca del modo que tienen otras gentes de organizar los libros y la literatura. En Londres he visto librerías excéntricas; en Venecia, librerías románticas; en París, librerías bohemias; en Viena, librerías prusianas; en Buenos Aires, librerías psicoanalíticas; en Dubrovnik, librerías arrasadas por la guerra...
En Roma -y de esto trata esta entrada- he visto dos librerías en las que quise detenerme y entrar.
La primera es La Feltrinelli que está ubicada en las Galerías Alberto Sordi, en Piazza Colonna, junto a la Vía del Corso. Está encastrada en una especie de palacio y aún se pueden descubrir los mármoles y el esplendor del Renacimiento italiano en sus paredes. Los espacios y los departamentos remarcan su carácter moderno con grandes fotografías de escritores, artistas y fotogramas cinematográficos (el mejor, el perteneciente a la famosa escena orgásmica de Cuando Harry encontró a Sally, situada en la cafetería). Como es habitual en las librerías actuales, no sólo de libros viven sus propietarios: un agradable restaurante, una oferta variopinta de gadgets, adornos, curiosidades, cuadernos, papelería, etcétera, hacen las delicias de visitantes y asiduos. En definitiva, la librería de nuestra época parece avanzar hacia un espacio amplio y diverso donde los libros conviven (amablemente) con la música, con internet, con el cine y con otras disciplinas artísticas e intelectuales.





La segunda librería tiene un carácter más especial. Se llama Invito alla Lettura y está en el Corso Vittorio Emanuele II (en el número 283). Adentrarse en el fabuloso caos de esta librería es como caer en un torbellino furibundo de guitarras, sillas, baúles, móviles, libros, discos volanderos, postales, cajas, más baúles, figuritas, pisapapeles, bolas de nieve, recortables, bolsas, vasos, sofás y señores en sillones, maniquíes, etcétera, etcétera. Probablemente, el diseño de esta librería no está tan estudiado como el de La Feltrinelli y tal vez la acumulación de objetos y cachivaches sólo se deba a un carácter acaparador y batuburrillesco de su propietario, pero no cabe la menor duda de que el negocio posee todo el encanto que un aficionado a los libros esperaría encontrar. Lo único que se puede asegurar es que el cliente debe acudir con las ideas bien claras, o de lo contrario la superabundancia de textos, cómics, revistas, postales antiguas, fotografías viejas, marcapáginas, grabados y recortes de periódicos puede confundirlo y distraerlo de su primera intención: comprar un libro. De todos modos, si se siente atraído por cualquiera de los innúmeros objetos que pueblan esta librería, no se reprima y pregunte el precio.





viernes, 30 de noviembre de 2012

domingo, 18 de noviembre de 2012

Un mes en el Mar del Norte

 
A finales del siglo XIX, la escritora Maria van Rysselberghe (1866-1959), esposa del pintor belga Théo van Rysselberghe, se recluyó durante un mes en una casita de una playa del Mar del Norte. Debido a una serie de casualidades, su marido no pudo acompañarla, y por otra serie de casualidades, quien la acompañó fue el poeta flamenco Émile Verhaeren, necesitado de pasar una temporada junto al mar.
Maria había conocido hacía unos años a Émile, con quien se había cruzado en algunas ocasiones. Sin embargo, no fue hasta que su marido y Émile se hicieron íntimos amigos cuando trabó amistad con él. A pesar de estar felizmente casada ("ocupaban mi vida un amor muy alegre y la ternura de una hija"), el poeta se convirtió en el "centro de gravedad" de su existencia. Y aunque Émile también estaba felizmente casado, el sentimiento fue recíproco.
En aquellas circunstancias, a Maria le pareció casi un milagro la perspectiva de pasar un tiempo con el poeta. Y lo que sucedió durante ese mes en la casita de la duna es el argumento de Hace cuarenta años. Sólo cuando desaparecieron sus protagonistas y ella era la única superviviente de la historia, decidió escribir esta novela autobiográfica (aunque en la revista Nouvelle Revue Française aparecieron algunos fragmentos bajo el seudónimo Saint-Clair, el lugar en el que Maria y Théo tenían una casa).
Hace cuarenta años es el relato de una pasión conmovedora entre dos personas a las que les resulta imposible no amarse. Es el relato de una pasión clandestina que se nutre de indirectas, roces, silencios, gestos, paseos y lecturas. En la casita de la duna, Maria y Hubert (el trasunto de Émile) viven su extraordinaria historia de amor ajenos a la realidad, abnegadamente y privándose de placeres sexuales. Pese a ello, cada página destila sensualidad.
Los días transcurren despacio en el Mar del Norte. Lo que Maria y Hubert no se atreven a decir con palabras, lo transmiten con sus lecturas ("te habré amado mucho antes de dejar de quererte", de las cartas de Flaubert). Y a pesar de su tácito acuerdo en que la relación no vaya a más, no deja de haber momentos de dolor, pues ambos se dan cuenta de que son "dos mitades idénticas". El mes termina con la visita de ambos cónyuges y una solitaria excursión de los dos amantes.
Podría pensarse que para Maria y Émile el punto final de su relación es el punto final de la novela. Pero no fue así. Para Maria, Émile se convirtió en la persona que se adueñó de su corazón, un espacio que nadie volvió a ocupar jamás ("la historia de un breve instante, de un acorde cuya resonancia se ha prolongado a lo largo de toda una vida"). Y para Émile, lo mismo: sus poemas conyugales hacen pensar que su destinataria no fue su mujer, Marthe Massin, al menos no exclusivamente, sino Maria van Rysselberghe.
Hace cuarenta años está primorosamente editado por errata naturae (maravilloso el colofón) y la esmerada traducción corre a cargo de Regina López Muñoz, con un cuidado tono lírico y poético. La obra de Maria van Rysselberghe es breve y hasta ahora sólo se había publicado en castellano Los cuadernos de la Petit Dame (una crónica de la vida diaria de André Gide). Esta novela permanecía inédita, inexplicablemente: se trata de una pieza de orfebrería delicadamente engarzada cuya lectura emociona y hace pensar en cómo sobrellevar los accidentes sentimentales del corazón.

Preciados últimos momentos, ¿cómo hacer para que nada de vosotros se desvanezca? ¿Cómo preservaros de la angustia que os echa a perder? Yo me decía a mí misma: "Camino a su lado, y mañana aún estará aquí". Y otra voz, más fuerte, declaraba: "Todo esto ya nunca volverá a existir". Y nuestros ojos se buscaban, siempre al mismo tiempo, como si solamente fuéramos capaces de hallar auxilio en la mirada del otro. Cuando él veía que mis ojos se llenaban de espanto, encontraba deliciosas formas de alegría para hacerme sonreír. Pero pronto no hubo ya entre nosotros espacio para otra cosa que no fuera el ansia o la desesperación, y la una retenía a la otra. Ya no admitíamos la separación.

Van Rysselberghe, Maria, Hace cuarenta años [Il y a quarante ans], errata naturae, Madrid, 2012. Traducción de Regina López Muñoz. Epílogo de Natalia Zarco. Rústica, 88 páginas.

domingo, 4 de noviembre de 2012

El reciclaje inglés


En estos tiempos modernos, en los que todos disponemos de smartphones, tabletas, ereaders, netbooks y demás cacharros tecnológicos, inventos que en su día parecieron maravilllosos tienen prácticamente los días contados. Por ejemplo: las cabinas telefónicas. En muchas ciudades y pueblos de Inglaterra las han reciclado y se han convertido en minibibliotecas. La única condición para llevarse un libro es dejar otro en su interior. Si bien es cierto que las cabinas españolas carecen del encanto de las inglesas, tan reconocibles, no estaría mal que aquí también se reciclaran: al fin y al cabo, la mayoría se encuentra en un estado lamentable y nunca está de más poder ver, encontrar y buscar libros cada vez que uno dobla una esquina.


domingo, 7 de octubre de 2012

Los libros tienen un nuevo hogar en Madrid


En 1996, Antonio Ramírez y Marta Ramoneda abrieron en la calle Mallorca, en Barcelona, una librería: La Central. Su propósito no sólo era vender libros (que ya de por sí es una actividad loable), sino que además querían que su librería fuera un proyecto cultural que aglutinara otras funciones diferentes: dinamizadora del sector editorial, lugar de encuentro social y organizadora de actividades alrededor del libro, desde presentaciones hasta cursos, talleres, exposiciones o clubes de lectura.
A la sede de la calle Mallorca pronto se unieron otras tres en Barcelona: en 2003 La Central del Raval, en la antigua capilla de la Misericordia, del siglo XVIII; en 2005 La Central del Macba, en el Museu d'Art Contemporani, dedicada sobre todo al arte contemporáneo; y en 2008 La Central del MUHBA, ubicada dentro del Museu d'Història y centrada en disciplinas como geografía, antropología, arquitectura e historia.
Pronto desembarcaron en Madrid con su negocio. Así, en 2005, aprovechando la ampliación del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, se instalaron en la nueva ala de Jean Nouvel con una librería de fondo especializada en humanidades. Poco después, en 2008, abrieron otra sucursal en la Fundación Mapfre, en su sede del paseo de Recoletos, dedicada al arte de los siglo XIX y XX y con una amplia sección infantil. Aun siendo estas dos librerías últimas interesantes, no había todavía en Madrid una sede de La Central a imagen y semejanza de sus dos hermanas del Raval y de la calle Mallorca: librerías generales, con una amplísima oferta de fondo y merchandising libresco.
El 27 de septiembre se puso remedio a esto. Por fin tenemos en Madrid una Central como Dios manda: 1.200 metros cuadrados (tres plantas y sótano) en un edificio de 1880 en pleno centro, en la calle Postigo de San Martín, en Callao, que acoge una oferta de unos 75.000 volúmenes.
La restauración que se ha llevado a cabo en el edificio es magnífica; en la cúpula, habilitada como sala de lectura, se muestran fotografías del proceso, y destaca la conservación de la cripta, en la que se ubica la sección infantil. 
Por supuesto, esta Central no sólo es una maravillosa librería con una variedad editorial imponente (tanto en español como en otras lenguas), es lo más parecido a lo que yo imagino como un paraíso libresco, con deliciosa comida, además. En la planta de calle, después de pasar un patio presidido por un ciprés y cuyas paredes están salpicadas de letras (que forman parte de una sopa de letras), está el restaurante, con un horario más amplio que el de la librería.
Apenas han pasado dos semanas desde su apertura y La Central ya se ha hecho un hueco en la vida editorial y cultural madrileña. Prácticamente todos los días hay presentaciones de libros o actividades para lectores de todas las edades y es raro ir y no encontrarse con un editor o un escritor (o con ambos).
¿Quedamos en La Central de Callao?

domingo, 9 de septiembre de 2012

domingo, 26 de agosto de 2012

Veranos literarios (V): Hay-on-Wye



El pueblecito de Hay-on-Wye se encuentra en Powys, Gales, a orillas del río Wye, justo en la frontera con el condado inglés de Herefordshire. Hasta hace medio siglo era un lugar tranquilo de la campiña galesa, con apenas 1.800 habitantes, frecuentado casi únicamente por caminantes y excursionistas que visitaban el cercano Parque Nacional de Brecon Beacons. Sin embargo, un buen día todo esto cambió.
En 1961, Richard Booth, licenciado de Oxford, decidió regresar a la región de sus antepasados para montar una librería de segunda mano y recaló en Hay-on-Wye. Comenzó a rehabilitar varias casas abandonadas y pronto a su primera librería, instalada en la estación de bomberos, se sumó otro par. Los parroquianos observaban toda aquella actividad libresca con desconfianza y pronosticaron que los negocios de Booth no durarían mucho tiempo. Al fin y al cabo, nadie leía ni compraba libros en Hay-on-Wye.
El señor Booth, ignorando los vaticinios de sus vecinos, recorría el país comprando bibliotecas e iba acumulando volúmenes y volúmenes en los estantes de sus librerías. Y su esfuerzo no fue en vano. Pronto empezó a conocerse su actividad, los primeros curiosos se dejaron caer por allí y al final otros libreros vieron la oportunidad de su vida estableciendo una librería en el pequeño pueblo galés. El primer triunfo llegó en los años setenta: a Hay-on-Wye se le otorgó la denominación de Pueblo del Libro.
El 1 de abril de 1977, Richard Booth proclamó Hay-on-Wye reino autónomo y se erigió en el monarca del nuevo estado como Richard Coeur de Livre (Ricardo Corazón de Libro). Nombró primer ministro a su caballo. Booth acababa de adquirir el destartalado castillo de la localidad y convocó allí a la prensa para comunicarles que el pueblo se separaba de las Islas Británicas. La autoridades le replicaron que eso era imposible, dado que Hay-on-Wye formaba parte de Reino Unido. El señor Booth, entusiasmado con el alcance que se estaba dando a la noticia y la publicidad que estaba consiguiendo, replicó a su vez que Hay no formaba parte de nada, puesto que estaba en tierra de nadie entre Gales e Inglaterra. Poco después instauró la Casa de los Lores de Hay y nombró 21 pares hereditarios para su reino.
En 1988 comenzó a celebrarse en Hay un festival literario patrocinado por el periódico The Guardian. Fue un éxito rotundo y supuso la consolidación de su título como Pueblo del Libro. (La historia del Festival Hay y sus diversas celebraciones por todo el mundo quedan pendientes para otro post).
En la actualidad Hay recibe una media de 500.000 visitantes al año y cuenta con treinta y siete librerías. En C. Arden Bookseller están especializados en historia natural y botánica. Hay Cinema (cuyo propietario era Booth hasta que se la vendió a un librero londinense) es un paraíso cinéfilo. Mostly Maps ofrece mapas antiguos tanto de Inglaterra como de otros lugares. Murder and Mayhem sólo vende libros de terror y crímenes. Rose's Books cuenta con obras descatalogadas y raras para niños y libros ilustrados. Boz Books muestra primeras ediciones de clásicos. Y la poesía encuentra su refugio en la encantadora Poetry Bookshop, fundada por la poetisa Anne Stevenson, cuyo reclamo es "la única librería de Reino Unido dedicada exclusivamente a la poesía".
Richard Booth tiene dos librerías: la que lleva su nombre y la que está instalada en el castillo, Hay Castle Bookshop, que funciona también como alojamiento. En el jardín hay unas estanterías llamadas honesty boxes: se cogen los libros de ellas y se deposita la voluntad en una especie de huchas que se vacían diariamente. En cualquiera de las dos librerías el visitante se puede topar con el señor Booth: un excéntrico caballero alto y con bastón que suele merodear frecuentemente por las propiedades de su reino.

Jardín de Hay Castle Bookshop, con sus estanterías 'honesty boxes'

Librería Murder & Mayhem
Hay-on-Wye Booksellers
The Sensible Book Shop


miércoles, 8 de agosto de 2012

Veranos literarios (IV): Costa Brava


"El mar visto desde un soportal. ¿Existe una
cosa más prodigiosamente bella?" (J. Pla)
El 12 de septiembre de 1908, el poeta Ferran Agulló escribió un artículo en el periódico La Veu de Catalunya titulado Per la costa brava: fue la primera vez que apareció este término (en minúsculas) para denominar la zona que se extiende desde la desembocadura del río Tordera hasta la frontera con Francia, en Portbou. El apelativo no convenció a todo el mundo: algún historiador quiso que se llamase Costa Grega, un par de escritores quisieron rebautizarla como Costa del Corall o Costa Serena, y también se habló de dos nombres más: Costes del Llevant y Marina de la Selva.
A pesar de estas pequeñas incidencias, el nombre tuvo tirón y éxito: se trataba de la primera denominación turística de España. Antiguamente, sólo algunas familias ricas de Figueres o indianos con fortuna se aventuraban a bañarse en estas remotas calas a las que se accedía por caminos prácticamente intransitables y que sólo frecuentaban los pescadores de la zona.
En la década de los veinte se abrió el primer hotel, en Lloret de Mar, y a partir de ese momento el paisaje inigualable de costa y pinos azotados por la tramontana, su luz y la bondad del clima atrajeron a lo más granado de la sociedad catalana. La tradición artístico-literaria de la comarca comenzó su andadura con la invitación que Salvador Dalí cursó a García Lorca y a Buñuel para que lo visitaran en Cadaqués. Pronto se unieron a ellos estrellas de cine como Ava Gardner y Douglas Fairbanks y más adelante la gauche divine barcelonesa.
El 26 de abril de 1960 llegó a la Costa Brava uno de sus más célebres visitantes: Truman Capote apareció en Palamós con su Chevrolet cargado hasta los topes. Iban con él su pareja, Jack Dunphy, un viejo bulldog, un caniche ciego y una gata siamesa y llevaban veinticinco maletas. Se alojaron en el acogedor hotel Trías, propiedad en aquel momento, y también en la actualidad, de la familia Colomer. Capote venía con más de cuatro mil folios de apuntes sobre un crimen que había sucedido apenas cinco meses antes: el asesinato de la familia Clutter en Kansas. Su intención era encerrarse para terminar de escribir A sangre fría. El escritor y columnista del Washington Post, Robert Ruark, le había aconsejado que fuera a la Costa Brava para concentrarse en escribir y huir de los excesos de las noches neoyorquinas.
Al poco tiempo de llegar a Palamós, Capote cambió el hotel Trías por una casita de la playa de La Catifa. Parece ser que la mayoría de los lugareños ignoraban quién era, lo tomaban por otro excéntrico inglés, de los muchos que veraneaban por la zona. Y aunque Capote pasaba el tiempo trabajando en su novela (escribía día y noche enfundado en varios pijamas, siempre de seda, encima de la cama, a lápiz), apreciaba y sabía disfrutar de las bondades y bellezas de la costa. Le encantaban Palamós, los pescadores (se ponía a escribir cuando éstos zarpaban del puerto a las cinco de la mañana), el ajetreo del mercado, el ambiente relajado y el suquet de peix. Iba todos los días a la misma librería para comprar la prensa de su país y hacía una parada en la pastelería Samsó para aprovisionarse de ginebra y ginger ale. Finalmente, su estancia se alargó durante tres veranos (de abril a octubre). En 1962 quiso comprar la casa en la que se alojaba en ese momento, en Can Canyers, una maravillosa mansión sobre el mar repleta de mimosas y pinos, para quedarse a vivir allí, pero Dunphy, su pareja, ya se había cansado de la Costa Brava y prefería los Alpes, así que convenció a Capote para que comprara una casa en Verbier. Nunca regresó a Palamós.
Desde luego, A sangre fría es una buena lectura para viajar a la Costa Brava, pero para conocer bien el enclave nada como llevar algún libro de Josep Pla, auténtico cronista de la zona (escribió por encargo de la editorial Destino varias guías). Nadie como él supo plasmar con tanta emoción e ironía la belleza de todos sus pueblos. Natural de Palafrugell, el recuerdo del escritor está muy presente y hay varias rutas literarias por todo el litoral que ilustran su vida y sus obras.
La Costa Brava ha sido desde siempre fuente de inspiración para escritores y artistas. El poeta Luis Alberto de Cuenca, asiduo visitante veraniego, ha escrito muchos poemas allí. Uno de ellos se titula Aiguablava: "Aquí, en la biblioteca de las olas [...] donde regresa la ilusión perdida / a repoblar el mundo de emociones".
Hace sólo un par de años que fui por primera vez a la Costa Brava. Y era pleno invierno. La bonanza del clima se dejaba sentir, aunque no tanto como para chapotear en unas aguas turquesas que imagino frías y tonificantes incluso en verano. Tanto los pueblecitos de la costa como los del interior son casi de cuento de hadas. Un pintoresco y distraído camí de ronda enlaza Calella con Llafranc y llega hasta el faro de Sant Sebastià. Después de recorrerlo, nada mejor que reponer fuerzas con un deliciosísimo arroz frente al mar en el Tragamar de Calella. Más que leer un libro u otro, este consejo gastronómico es mi recomendación principal de la Costa Brava: el arroz del Tragamar.

"A las doce, las personas serias toman el baño de entrar y salir" (J. Pla)

La casita de la puerta azul: una probable sede de la
Biblioteca de Redfield Hall en la Costa Brava

domingo, 5 de agosto de 2012

Veranos literarios (III): Yorkshire



Yorkshire es el gran escondite inglés: así lo afirma Peter Dodd, director de Welcome to Yorkshire. La oficina de turismo de este condado ha ideado una campaña llamada 1, 2, 3, tu escondite inglés que parte de escritores célebres y personajes de ficción que eligieron Yorkshire como marco para sus novelas o como escondite o refugio.
La primera ruta es «Reviviendo Cumbres borrascosas». Los personajes de la novela de Emily Brontë, Catherine y Heathcliff, huyeron a estos páramos de impetuosa belleza para vivir su violento amor. En esta zona también se encuentra el pueblo de Haworth, donde residieron las tres hermanas Brontë. Precisamente, una de las atracciones turísticas más famosas de Yorkshire es la iglesia de St Mary, en Scarborough, que acoge los restos de Anne Brontë. El cementerio está situado junto a la costa y ofrece unas espléndidas vistas. Anne, la más joven de las tres hermanas, autora de La inquilina de Wildfell Hall y de Agnes Grey, murió de tuberculosis en 1849, con 29 años. Había viajado a este balneario de la costa con la esperanza de que el aire marítimo pudiera sanarla. El lugar en el que fue enterrada lo eligió su hermana Charlotte, precisamente por su apacible emplazamiento tras los muros del castillo y con amplísimas vistas de la bahía. La lápida de Anne Brontë, encargada por Charlotte, dice así: «Aquí yacen los restos de Anne Brontë, hija del reverendo P. Brontë, beneficiado de Haworth, Yorkshire. Murió a la edad de 28 años, el 28 de mayo de 1849». En realidad, la inscripción es errónea, porque Anne tenía 29 años cuando murió.
El segundo itinerario de la campaña de Yorkshire se llama «Tras los pasos de Agatha Christie» y está basado en un misterio real. En 1926, la escritora inglesa desapareció. Durante diez días no se supo su paradero: estaba escondida bajo una identidad falsa en el balneario de Harrogate y la encontró la policía.
Por último, la tercera ruta lleva por título «La herencia del conde Drácula». Bram Stoker situó en Yorkshire buena parte de este clásico del terror. El vampiro buscó refugio en la abadía de Whitby, junto a los majestuosos acantilados del mar del Norte.
Como señala Peter Dodd: «No es casualidad que todos estos iconos literarios eligieran Yorkshire para esconderse. Sus verdes extensiones, sus increíbles paisajes y sus hermosos castillos y caserones son, sin duda, el escenario perfecto para todo aquel que quiera desaparecer sin dejar rastro. Por eso Yorkshire es el gran escondite inglés».

martes, 31 de julio de 2012

Veranos literarios (II): Biarritz


Unas nostálgicas casetas de baño con rayas de colores acogen al bañista en la Grand Plage de Biarritz. Seguro que datan de los felices años diez y veinte, cuando este pueblecito pesquero era lugar habitual de vacaciones de la más florida aristocracia, que se alojaba en el emblemático Hotel du Palais y se jugaban las herencias en sus rondas nocturnas por el casino. El Hotel du Palais tiene salida directa a la Grand Plage: un enorme privilegio para que su fiel clientela pueda tomar las aguas en un vigorizante mar Cantábrico.
En las primeras décadas del siglo XX Biarritz rebosaba de actividad. Todo aquel que se preciaba de ser alguien debía pasar unos días en este balneario. Y había una minoría selecta que brillaba por encima de las demás: la gran burguesía y nobleza rusas. Llegaban a la estación de La Négresse en un ferrocarril que venía de Moscú y San Petersburgo vía París. Uno de aquellos primeros rusos que descubrió la bonanza de la costa biarrota fue el escritor Antón Chéjov. Parece ser que eran famosos los abundantísimos desayunos que tomaba durante sus estancias en Biarritz: cinco platos completos.
Alrededor de 1910 la familia de Nabokov se instaló en Biarritz para pasar un par de meses. Venían con un séquito de once personas, entre criados, mayordomos, un ayudante de cámara, una institutriz inglesa y una niñera rusa. En aquel entonces, el pequeño Vladimir tenía apenas diez años y su ocupación favorita era la caza y el estudio de las mariposas. En su obra autobiográfica Habla, memoria (Anagrama), Nabokov evocó los baños en la Grand Plage y en la Côte des Basques: "Allí había bañistas profesionales, hoscos vascos con bañador negro que ayudaban a las damas y a los niños a disfrutar de los terrores del oleaje". El primer amor del escritor también está unido a Biarritz. Se enamoró de una niña de rizos rubios con la que solía jugar en la orilla: Colette Despres, la hija de unos burgueses parisinos. El pequeño Vladimir quiso huir con ella, pero la aventura no llegó muy lejos: acabaron en un cine del pueblo, con su perrito, viendo una "lluviosa pero emocionantísima corrida de toros de San Sebastián".
Otra escritora famosa cuya familia recaló durante esos años en Biarritz es Irène Némirovsky. Su padre era un famoso banquero judío de Kiev y su madre una mujer egoísta a la que lo único que le importaba eran sus amantes. Cuando llegaban a Biarritz, su madre se alojaba en los mejores hoteles o en palacios, e Irène y el servicio lo hacían en humildes pensiones. El padre, por su parte, durante estos períodos vacacionales, se dedicaba a viajar por Europa y a gastarse el dinero en los casinos.
El escritor Pierre Loti también frecuentó esta costa, aunque en su caso siempre veraneaba en Hendaya, donde incluso compró casa. Jean Cocteau también se dejó caer por Biarritz en los años cincuenta y otro visitante ocasional era Truman Capote. Y Victor Hugo fue el primero de todos: en 1843 quedó fascinado por "este pueblo blanco de tejados rojos y postigos verdes edificado sobre montículos de césped frente al bravío océano Atlántico". 
Biarritz, uno de mis destinos veraniegos predilectos, tal vez no se distinga por su historia literaria, pero el nostálgico ambiente estival se conserva como en la muy literaria Belle Époque. Ciertamente, tenía razón Nabokov cuando hablaba de los terrores del oleaje: la Grand Plage es sencillamente espeluznante, sobre todo cuando la furibundia oceánica hace acto de presencia. Las olas apenas permiten adentrarse en el mar y bañarse es una lucha contra los elementos: pocas veces hay bandera verde. Con todo, no hay sensación más maravillosa que sufrir un verdadero rapapolvo en las aguas de Biarritz.
Si la literatura rusa y los otros autores citados no son suficiente reclamo para el lector estival, tal vez le apetezca visitar una preciosa librería de anodino nombre (Bookstore) que hay en el número 27 de la Place George Clemenceau, en pleno centro, en la bajada a la playa y al casino. Abierta en 1970, es la librería de referencia de lugareños y visitantes. Atestada de curiosidades y con mucho encanto, sus lectores habituales dejan notas en los libros aconsejando (o no) su lectura.

Libros expuestos en la librería Bookstore
Chéjov en la Grand Plage

domingo, 29 de julio de 2012

Veranos literarios (I): Venecia


"Venecia es en verdad la Venecia de los sueños", escribió Henry James el 21 de septiembre de 1869 en una carta a su amigo John LaFargue. Acababa de llegar a la ciudad y se hospedaba en el hotel Barbesi. Tenía veintiséis años. Cuarenta años después se marchó, dejando los salones del Palazzo Barbaro "más adorables que nunca". El hotel Barbesi se encontraba en San Samuele y tenía unas maravillosas vistas al Gran Canal. La luminosidad de Venecia, sus callejuelas, góndolas, campos, palazzos y canales hechizaron al joven James. En aquella época, la colonia de expatriados británicos y estadounidenses era muy numerosa. Habitaban señoriales palazzos y se dejaban llevar por el ritmo decadente de la ciudad. Henry James pronto cambió su alojamiento en el hotel por las maravillosas estancias del Palazzino Alvisi (frente a la iglesia de Santa Maria della Salute, propiedad de Katharine y Arthur Bronson) y más tarde por el Palazzo Barbaro, junto al Gran Canal, magníficamente restaurado por Daniel y Ariana Curtis y cuya presencia es palpable en toda la obra de James.
Se puede recorrer Venecia leyendo las maravillosas epístolas en las que Henry James alaba las bondades de esta ciudad, agrupadas en dos volúmenes exquisitamente editados por Abada: Horas venecianas y Cartas desde Venecia. En una misiva fechada en junio de 1887, el señor James envió a su editor el manuscrito final de Los papeles de Aspern, la mejor compañía libresca para deambular por Venecia. El protagonista de esta nouvelle es un joven crítico y editor que recala en la ciudad de los canales en busca de una de las musas de un poeta cuya obra admira, Jeffrey Aspern (trasunto de Shelley), con el convencimiento de que la dama todavía conserva cartas y letras inéditas de éste en el palazzo en el que vive.
Me gusta pensar que Venecia apenas ha cambiado desde los tiempos de Henry James. O desde que Goethe vio por primera vez el mar desde el Campanile. O desde que lord Byron demostraba sus proezas natatorias en el Gran Canal. O desde que Dickens disfrutó de un breve período veneciano durante su Grand Tour por Italia. O desde que el gran Robert Browning murió en esta ciudad en 1889, en el palazzo de su hijo, Ca' Rezzonico, a orillas del Gran Canal. (La inscripción de su fachada reza: "Open my heart and you will see graved inside it: Italy").
Me gusta pensar que Elizabeth Barrett Browning tal vez se inspirara durante sus paseos por las preciosas callecitas lindantes con Ca' Rezzonico para escribir sus maravillosos versos ("¿De qué modo te quiero? Déjame que lo cuente"). Me gusta imaginarla asomada a los balcones del palazzo con su cascada de rizos y "su sonrisa como un rayo de sol".
La sensación de que Venecia permanece inmutable al paso de los siglos se palpa en cada rincón de la ciudad. Afortunadamente, la marea humana que congestiona la Piazza San Marco desaparece en cuanto se traspasan las calles aledañas. Hay una Venecia escondida, recóndita. Hay una góndola llena de libros en el sestiere de Castello, en la calle Longa Santa Maria Formosa. Hay una papelería que se llama Il Papiro llena de preciosos papeles, exlibris, tarjetas y grabados. Hay ecos literarios en cada palazzo. Hay pop art firmado por Jeff Koons al borde del Gran Canal. Hay un artesano que sopla vidrio y lo convierte en lápices de cristal que vende al módico precio de 5 euros. Hay una librería que vende libros al peso. Hay... Hay...

Al fondo, Ca' Rezzonico

Exlibris de Il Papiro