lunes, 24 de octubre de 2011

Día Internacional de la Biblioteca

Desde el año 1997, el día 24 de octubre se celebra el Día Internacional de la Biblioteca, en recuerdo de la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo, incendiada en el verano de 1992 durante la guerra serbo-bosnia. La biblioteca no tenía valor estratégico ni era un objetivo militar, aun así, la noche del 25 al 26 de agosto las fuerzas radicales serbias acabaron con ella. El edificio que la albergaba había sido construido a finales del siglo XIX, en 1894, en el Imperio austro-húngaro, para ubicar el ayuntamiento de la ciudad. El arquitecto vienés Carl Patch lo diseñó en un estilo modernista con rasgos orientales, evocando la herencia turca de Bosnia y su crisol cultural. A partir de 1951 se convirtió en la sede de la biblioteca. Alrededor de un millón y medio de volúmenes, entre ellos 155.000 obras raras (manuscritos e incunables), reunidos por musulmanes, serbios ortodoxos, croatas católicos y judíos fueron pasto de las llamas en un bombardeo espeluznante que conmocionó a la opinión pública mundial. Aunque la biblioteca lucía las banderas azules que indicaban que se trataba de un edificio perteneciente al patrimonio cultural, las tropas serbias hicieron caso omiso. Se lograron rescatar algunos libros gracias a las cadenas humanas que se organizaron, pero la intensidad del fuego provocó que el techo se hundiera y las ventanas reventasen.


El historiador Mirko Gmerk acuñó el término «memoricidio» después de esta tragedia, haciendo referencia a la «destrucción intencionada de la memoria y el tesoro cultural de un pueblo». Las Naciones Unidas lo consideran un crimen contra la Humanidad.
Desde el fin de la contienda, la rehabilitación de la biblioteca se convirtió en una tarea prioritaria para los bosnios. (El Ministerio de Cultura del gobierno español dedicó un millón de euros a reparar su fachada).
La Biblioteca de Redfield Hall se une a esta conmemoración y hace votos para que este tipo de crímenes no vuelvan a suceder.
 

jueves, 20 de octubre de 2011

Indignación bibliotecaria


El pasado 5 de febrero se celebró en Inglaterra la jornada Save Our Libraries Day (Salvemos nuestras bibliotecas). La protesta fue motivada por el cierre de bibliotecas que el gobierno británico está llevando a cabo. Esta jornada nacional se coordinó principalmente a través de las redes sociales y respondió al clamor popular. Una señalada nómina de músicos, escritores y artistas se sumaron a esta protesta. Mark Haddon (autor de El curioso incidente del perro a medianoche) fue uno de los personajes que más activamente se implicó y señaló con indignación que los políticos «están destruyendo nuestras bibliotecas para salvar las primas de los banqueros». Apenas un mes antes, en la tranquila población de Stony Stratford, en el noroeste de Londres, sus habitantes iniciaron una revolución (pacífica, eso sí) para salvar la biblioteca pública del pueblo. Tan combativos lectores sacaron de la biblioteca sus 16.000 volúmenes para demostrar que la institución es un bien de utilidad pública y presionar para evitar su cierre por parte de las autoridades municipales.

Lectores de Stony Stratford cargados de libros (fot. The Guardian)
El programa de recorte público que el gobierno británico está llevando a cabo afecta directamente a las finanzas municipales y miles de bibliotecas públicas (el 20%, unas cuatrocientas) corren el riego de cerrarse para ahorrar gastos a las arcas estatales. La excusa que esgrimen los partidarios de cerrarlas es que cada vez hay menos gente que recurre a ellas.
Esta semana, desafortunadamente, el cierre de las bibliotecas ha vuelto a la primera página de la prensa inglesa. En el municipio de Brent, al noroeste de Londres, la política de recorte de gastos tiene previsto cerrar seis de sus doce bibliotecas. Una de ellas es Kensal Rise, inaugurada por el escritor Mark Twain en 1900 (depositó en ella cinco ejemplares de sus obras). Este cierre, especialmente, ha soliviantado a la población, pues el Tribunal Supremo ha rechazado un recurso contra su clausura. Escritores como Alan Bennett o Zadie Smith habían firmado el recurso que los vecinos habían llevado a los tribunales. Como consecuencia de este fallo (nunca mejor dicho) del tribunal, los habitantes de Brent están haciendo vigilias continuas en el exterior de Kensal Rise para protestar por esta decisión. Se teme además que esta sentencia del Supremo siente precedente en otros casos similares y permita que se puedan clausurar cientos de bibliotecas.

Vigilia en el exterior de la biblioteca Kensal Rise (fot. The Guardian)
En España, seguramente, la crisis también se habrá llevado por delante alguna que otra biblioteca (aunque no parecen haberse difundido muchos datos sobre este tema). En cualquier caso, si esto ha sucedido, no ha habido ninguna manifestación ni protesta alguna por ello (o, al menos, los medios de comunicación no se han hecho eco). Si sucediera lo mismo que en Inglaterra, ¿se reaccionaría de la misma manera?
Nota: la Biblioteca de Redfield Hall es enteramente de capital privado, por lo que no está sometida a vaivenes y servidumbres de ningún tipo.

Protesta en Brent (fot. Abc)

domingo, 9 de octubre de 2011

Anecdotario literario

Las estanterías de la Biblioteca de Redfield Hall se nutren principalmente de títulos escogidos por la bibliotecaria que redacta estas líneas. En el caso de La felicidad de los pececillos, la obra llegó porque un amigo editor muy querido le recomendó su lectura, sabiendo que le iba a gustar. Efectivamente: tenía razón. En estos tiempos en los que impera peligrosamente la banalización de la cultura (con especial énfasis en la literatura y los libros) toparse con un ensayo inteligente, agudo y clarividente es una experiencia casi irreal.
La felicidad de los pececillos, de Simon Leys (Bruselas, 1935), reúne las crónicas que su autor escribió para Le Magazine Littéraire durante los años 2005 y 2006 y una serie de artículos más antiguos aparecidos en otras revistas literarias, como Écrivain, Nouvelle Revue Française y Lire. Publicado en Francia en 2008, en España lo acaba de editar Acantilado, cuyo catálogo, reunido con verdadero primor por Jaume Vallcorba, es de los que ofrecen mayores satisfacciones en la actualidad.
El reconocido profesor Simon Leys (seudónimo de Pierre Ryckmans) ofrece en estos breves ensayos sus certeras reflexiones acerca de cuestiones relacionadas con la literatura y el arte. Apoyado siempre por referentes indiscutibles (Samuel Johnson, T. S. Eliot, E. M. Forster, Chesterton o Henry James, entre otros), desgrana con curiosidad y rigor interesantes anécdotas y temas: la vulgaridad del éxito, el gusto literario, la pereza, la verdad del novelista, la relación de los escritores con el dinero, la utilidad y la inutilidad de la lectura, cómo hay que leer, etcétera. Y todo ello salpicado de jugosas citas: «Para leer buenos libros, la condición previa es no perder el tiempo en leer cosas malas, pues la vida es corta» (Schopenhauer); «Descifrar textos en una pequeña pantalla no es leer» (H. Bloom); «Todos los editores son unos perros» (E. Wilson); «¡Tendero de mierda! ¡Ah, si pudiera usted limpiarse el culo con mis contratos!» (Céline a su editor); «Un editor siempre pierde dinero editando, por lo que su secreto consiste en editar poco, incluso en no editar en absoluto» (P. V. Stock); «Nadie puede fabricar deliberadamente un best-seller» (Somerset Maugham); «A veces la buena literatura se vende bien, y a veces la pésima literatura se vende igual de bien» (H. Belloc).
La felicidad de los pececillos es una lectura deliciosa, un paseo por las glorias y miserias artísticas que ayuda a discernir lo que vale y lo que no vale en un mundo (el literario) en el que, desafortunadamente, nada es lo que parece.

¿Puede acaso la literatura ser considerada como una profesión? Es más bien una enfermedad, una terapia, una alegría, una monomanía, una bendición, una obsesión, una maldición, una locura, un estado de gracia, una pasión y muchas otras cosas más (por otra parte, «si sois capaces de vivir sin escribir decía Rilke, no escribáis»), mientras que la edición está ineluctablemente sometida a las obligaciones inherentes a toda empresa comercial; de ahí también la implacable insensibilidad con la que los editores acostumbran a tratar a sus inocentes autores.

Leys, Simon, La felicidad de los pececillos [Le bonheur des petits poissons], Acantilado, Barcelona, 2011. Traducción de José Ramón Monreal. Rústica, 144 páginas.

Nota: no se sabe nada del misterioso escultor de Edimburgo. De momento, no ha vuelto a dejar ninguna obra de arte en ningún otro sitio. Seguiremos informando.

martes, 4 de octubre de 2011

¡Atención! ¡Quince mil libros sueltos!

Durante el mes de octubre los periódicos británicos The Guardian (a la venta de lunes a sábado) y The Observer (sólo los domingos) están llevando a cabo una estupenda iniciativa libresca: soltar alrededor de quince mil libros por los lugares más insospechados del país, desde estaciones a galerías, pasando por cafés y museos. Ambos periódicos han solicitado la ayuda de editoriales y autores para reunir semejante cantidad de libros y poder repartirlos. Aparte de esto, los dos periódicos adjuntan en sus ediciones del fin de semana un ex libris (también se puede descargar en su página web) para que sus lectores puedan colaborar en este gigantesco bookcrossing. Se les pide que peguen el ex libris en algún volumen de su propiedad del cual quieran desprenderse (o compartir su lectura), escriban un mensaje y lo liberen donde juzguen conveniente. En Twitter, con el hashtag #guardianbookswap, pueden compartir sus experiencias (en ciento cuarenta caracteres) y colgar las fotos de los libros liberados. 
Varios periodistas han querido sumarse a esta iniciativa. El crítico de cine de The Guardian, Peter Bradshaw, ha elegido una novela de Tolstói, Hadyi Murad, y la columnista Grace Dent Lo que queda del día, de Kazuo Ishiguro.
La biblioteca de Redfield Hall liberará en el Retiro en los próximos días Mendel el de los libros, de Stefan Zweig (Acantilado).