jueves, 29 de octubre de 2009

Los misterios de las montañas románticas


Nórdica Libros publica en su colección Otras Latitudes un volumen titulado Cuentos fantásticos que reúne tres narraciones de Ludwig Tieck: Eckbert el rubio, El monte de las runas y Los elfos. Con el primero, este escritor alemán inauguró una suerte de género literario denominado Novelle, fundamental en la literatura romántica alemana. Se trata de una novela corta que narra un hecho inaudito y un conflicto determina el curso de la historia. Tieck se inspiró en el folclore germano y en los cuentos de hadas tradicionales para escribir estos tres cuentos. Junto a los conceptos románticos por excelencia (lo sublime, lo tétrico y lo emocional), aparece el elemento maravilloso y fantástico como detonante de la tragedia y el drama.
Desconocido e ignorado en estas latitudes, el hispanista Ludwig Tieck (1773-1853) fue uno de los escritores fundamentales del Romanticismo alemán. Amigo desde la infancia de Wilhelm Heinrich Wackenroder, mantuvo una estrecha relación con Novalis, Fichte y Schelling. Dedicó buena parte de su vida a la novela y al teatro, y a trabajos de traducción. Tradujo El Quijote en cuatro volúmenes y también la obra completa de Shakespeare (con August Wilhelm von Schlegel). Se le atribuye la creación de uno de los primeros relatos sobre vampiros del Romanticismo: No despertéis a los muertos (h. 1800). Los últimos años de su vida se consagró al teatro y llegó a ser director del Teatro Real de Berlín.
El libro es el resultado de un trabajo realizado con mimo y cuidado: desde el prólogo de Hermann Hesse y la cubierta (un detalle del magnífico Paisaje de Riesengebirge, del inexcusable pintor romántico Caspar David Friedrich), hasta el característico colofón de Nórdica, que en esta ocasión celebra el aniversario del nacimiento de Lovecraft (como no podía ser de otro modo).

En una ocasión oí a mi anciano guardabosques contar cosas maravillosas de esa montaña que yo, tonto de mí, he olvidado; pero me acuerdo de que aquella noche tuve una sensación de miedo. Me gustaría subir allí arriba alguna vez, pues las luces son allí mucho más bellas, la hierba allí arriba tiene que ser muy verde, el entorno muy peculiar... también puede ser que allá en lo alto se encuentre alguna que otra maravilla de tiempos remotos.

Tieck, Ludwig, Cuentos fantásticos [Der blonde Eckbert, Der Runenberg, Die Elfen], Nórdica Libros, Madrid, 2009. Prólogo de Hermann Hesse, traducción y epílogo de Isabel Hernández. Rústica, 152 páginas.

jueves, 22 de octubre de 2009

Cartas de la mujer recluida


Desafortunadamente, no parece que el género epistolar tenga el hueco que merece en la historia de la literatura, y eso a pesar de que numerosos y magníficos autores hicieron uso de él y sus biografías carecerían de sentido si no se leyera y estudiara detenidamente su correspondencia. De Emily Dickinson se sabe que es una excelsa poeta; con la publicación de sus cartas, Lumen da a conocer la extraordinaria peripecia vital de esta dama.
Desde los primeros años del siglo XIX, la puritana Nueva Inglaterra bullía en creatividad. Durante varias décadas coexistieron en esta región autores de la talla de Nathaniel Hawthorne, Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, Helen Hunt y Emily Dickinson, y junto a ellos, en Nueva York, Herman Melville y Walt Whitman, entre otros.
Emily Dickinson nació en 1830 en la preciosa población de Ahmerst, en Massachusetts, en el seno de una acomodada familia de estrictas creencias protestantes. Estudió en Ahmerst College (que fundaron su padre y su abuelo) y en el seminario para señoritas Mount Holyoke, pero su delicada salud le impidió terminar sus estudios y a los dieciocho años regresó a su pueblo natal. No mejoró con el paso de los años y a los treinta, después de fallecer dos personas muy importantes para ella (el reverendo Charles Wadsworth y su amigo Benjamin Franklin Newton), se recluyó en la casa de sus padres y ya no volvió a salir. Encerrada prácticamente en una habitación, se dedicó a escribir poesía y cartas para manteners en contacto con sus seres más queridos: sus hermanos (Austin y Lavinia), su cuñada Susan y sus amigos. Convencida de su vocación poética, envió algunos poemas a Thomas Higginson, la persona a la que consideraba su preceptor: "¿Está usted demasiado ocupado para decir si mi Verso está vivo?". Por desgracia, el señor Higginson no acertó a comprender la sublime poesía de Emily y le desaconsejó su publicación. Esto provocó que apenas dejara leer sus poemas a nadie, pero no cejó en su empeño y siguió escribiendo. Los últimos años de su vida se vistió solamente de color blanco. Falleció en 1886. Poco después de su muerte, su hermana Lavinia descubrió en la habitación en la que había estado encerrada cuarenta volúmenes encuadernados artesanalmente que atesoraban ochocientos poemas.
La excelente selección, traducción y edición de las cartas de Emily de la mano de Nicole d'Amonville Alegría (responsable asimismo de 71 poemas, también en Lumen, publicado en 2003) ratifican la calidad humana y literaria de una de las mejores poetisas de todos los tiempos, sólo reconocida como tal después de su muerte.

¡Qué peligro es una Carta! Cuando pienso en los Corazones que ha barrenado y hundido, casi temo alzar la Mano hasta una mera Sobrescripción.
¡Qué peligro es un Acento! Cuando pienso en los Corazones que ha barrenado y hundido, apenas oso elevar la voz hasta un mero Saludo.

Dickinson, Emily, Cartas [Selected Letters], Lumen, Barcelona, 2009. Edición, traducción y prólogo de Nicole d'Amonville Alegría. Cartoné con sobrecubierta, 296 páginas.

martes, 13 de octubre de 2009

La dama de la furgoneta: "Visiones auténticas, cosas de importancia"


Miss Shepherd se compró una furgoneta en 1965, "para meter sus cosas". Aunque era de color marrón, cuando se instaló con ella en Gloucester Crescent, la había pintado de color amarillo. Llevaba varios años deambulando por el barrio, vendiendo octavillas que ella misma escribía y lápices, acodada en su furgoneta, cuando pidió ayuda a Alan Bennett: había visto una serpiente y temía que entrara en su vehículo. El señor Bennett acudió en su auxilio, movió la furgoneta de calle y le ofreció una taza de té. Todos los días le ocurría algún incidente a la anciana Miss Shepherd o a su furgoneta, perturbando la tranquilidad que el señor Bennett necesitaba para escribir. En 1974, en vista de los peligros que acechaban a la mujer y a su furgoneta, Alan Bennett le sugirió que podía instalarse en su jardín. Y allí, en medio del jardín del señor Bennett, se acomodó Miss Shepherd en su furgoneta repleta de harapos, cacharros, basura y polvos de talco (para mantener la higiene) hasta que la dama falleció. La dama de la furgoneta narra en forma de diario la extraordinaria relación que establecieron Alan Bennett y la excéntrica Miss Shepherd durante todos esos años y su vida casi en común.
La editorial Anagrama, con sus inconfundibles cubiertas amarillas, que acaban de cumplir cuarenta flamantes años, publica este magnífico y tierno relato de Alan Bennett cuando los lectores aún estaban disfrutando de la maravillosa sorpresa titulada Una lectora nada común, del mismo autor y publicada el año pasado: una obra encantadora en la que la reina Isabel de Inglaterra descubre su afición a la lectura.
Alan Bennett (Leeds, 1934) es un conocidísimo dramaturgo, guionista, actor y escritor inglés. Comenzó su carrera teatral en 1960 en el Festival de Edimburgo y siempre ha combinado sus trabajos en teatro con la radio y la televisión, y en los últimos diez años con la literatura. En el año 2003 recibió el British Book Award por toda su obra y fue calificado como "our national treasure". Publicó La dama de la furgoneta en 1989 y en 2009 presentó en la radio, en la BBC, una nueva versión de esta obra, con la espléndida actriz inglesa Maggie Smith en el papel de Miss Shepherd y Alan Bennett interpretándose a sí mismo.

La caridad en Gloucester Crescent adopta formas refinadas. Los editores de al lado van a publicar una obra clásica y para celebrarlo organizaron anoche una cena romana. Esta mañana han visto a la au pair llamando a la ventanilla de la furgoneta con una bandeja de sobras romanas. Pero no es fácil ayudar a Miss Shepherd. Ayer, pasada la medianoche, la vi subir la calle a zancadas, blandiendo su bastón y diciéndole a alguien que se largara. Luego oí una voz de clase media que se retiraba diciendo quejumbrosamente: "Yo sólo le he preguntado si se encontraba bien".

Bennett, Alan, La dama de la furgoneta [The Lady in the Van], Anagrama, Barcelona, 2009. Traducción de Jaime Zulaika. Rústica, 96 páginas.

martes, 6 de octubre de 2009

Excéntricos ingleses


La escritora inglesa Edith Sitwell fue una de las damas más excéntricas de su época. Nació en 1887 en Scarborough, en la casa solariega de su aristocrática familia. Siempre mantuvo una relación tormentosa con sus padres, no así con sus hermanos, Osbert y Sachaverell, que se dedicaron también a la literatura. El aspecto físico de Edith recordaba vagamente a la reina Isabel I, era muy alta, acostumbraba a vestirse con prendas que, cuando menos, llamaban la atención de sus contemporáneos -trajes de brocado y de terciopelo, turbantes dorados- y se adornaba con numerosas joyas (actualmente expuestas en el Victoria and Albert Museum de Londres). Su carrera literaria se centró sobre todo en la poesía, pero sus versos fueron tan vilipendiados como su aspecto físico, aunque a ella nunca le amedrentaron estos ataques, que devolvió la mayor parte de las veces de manera virulenta. En 1954 fue nombrada Dama de la Orden del Imperio Británico. Falleció diez años después.
Su libro Excéntricos ingleses, publicado en 1933, fue un gran éxito, y con el tiempo se ha convertido en una obra de culto. La galería de personajes que retrata es, sencillamente, disparatada y deliciosa: ermitaños, charlatanes, nobles, vejestorios, curanderos, viajeros. Sir Robert Mackworth, por ejemplo, conducía siempre un faetón con cuatro caballos de diferentes colores y pintaba las ruedas del carruaje de acuerdo con los colores de los equinos; el naturalista Charles Walton se paseaba por sus tierras montado en un cocodrilo; el doctor George Fordyce se alimentó durante veinte años como un león, animal al que admiraba y al que dedicó parte de sus estudios de anatomía comparada.
La editorial Lumen publica por primera vez en español la versión íntegra de esta obra, ilustrada con los dibujos originales de su primera edición inglesa. Se ha elegido para la cubierta el retrato de Edith Sitwell que pintó Roger Eliot Fry en 1915.

Otro clérigo de la misma especie fue el reverendo Trueman, de Daventry. Feliz por la posesión de más de una rectoría, como la de Bilton, donde en otra época vivió Addison, este anciano parsimonioso, cuyos ingresos anuales habían sido de cuatrocientas libras, dejó al morir cincuenta mil. Su cargo de rector le fue de gran ayuda, pues cuando visitaba las granjas a fin de administrar auxilio espiritual podía robar nabos en los campos por los que pasaba camino de su pío cometido. Tras administrar los auxilios, pedía un trozo de tocino para hervirlo con los nabos. Nunca le negaban la humilde dádiva, y si la mujer del granjero volvía un momento la espalda, dejando el tocino al alcance del clérigo, éste sacaba su cortaplumas y robaba una segunda pieza. Cuando las ropas del señor Trueman necesitaban un zurcido, se las arreglaba para que le sorprendiera la noche en una de las granjas más ricas de su parroquia...

Sitwell, Edith, Excéntricos ingleses [English Eccentrics], Lumen, Barcelona, 2009. Traducción de Jordi Fibla. Cartoné con sobrecubierta, 440 páginas.