lunes, 7 de septiembre de 2009

Las vírgenes sabias: cruel retrato de familia


Cuando Enrique Redel, al frente de Impedimenta, y sus compañeros del grupo Contexto comenzaron a publicar, los lectores supieron que se empezaban a editar textos con la pasión y el interés que el oficio requiere. Después de muchos títulos y experiencias, Impedimenta propone ahora Las vírgenes sabias, de Leonard Woolf. Todos los detalles están cuidados: en la sobrecubierta, un magnífico óleo del pintor prerrafaelita John Everett Millais (1829-1896), famosísimo por su Ofelia, recibe al lector junto a la elegante y sobria tipografía inconfundible de Impedimenta. (El lector no debe olvidar retirar la sobrecubierta y admirar el retrato de las gemelas Kate y Grace Hoare).
Las vírgenes sabias (1914) es un certero y cruel retrato de la sociedad inglesa de la época, con sus miserias y prejuicios. La historia gira en torno al joven y atormentado Henry (trasunto del autor) y sus relaciones: las que establece en Londres con las hermanas Lawrence, libres, intelectuales, estimulantes; y las que entabla en el barrio de las afueras en el que reside con la familia Garland, cuyos miembros le resultan aburridos, embusteros y patéticos.
Leonard Woolf (1880-1969), conocido sobre todo por ser el marido de Virginia Woolf, fue uno de los componentes del célebre Círculo de Bloomsbury. Se casó con la escritora en 1912 y apenas un mes después de su boda comenzó a escribir esta novela. Camilla, una de las hermanas Lawrence, es el álter ego de Virginia. Cuando ésta leyó el manuscrito, sufrió uno de sus primeros ataques nerviosos, y cuando se publicó, la propia familia del autor le retiró la palabra, porque sus miembros se vieron cruelmente ridiculizados en el relato: había expresado en él todo aquello que se veía incapaz de proclamar en el mundo real e hipócrita en el que vivía.

Era una tarde de junio en el suburbio de Richstead. Sobre el jardín de los Garland se derramaba el calor del verano. La señora Garland no era una virgen en el sentido estricto de la palabra, pero sí era una viuda con cuatro hijas todavía puras [...]. El jardín no contenía trazas de elemento masculino alguno. No podían apreciarse lugares donde la tierra apareciera desnuda, señalando o ensuciando el césped cuadrado y perfecto. [...] El orgullo de la señora Garland y de Ethel, May y Gwen era el espectáculo ofrecido por los dorados lirios del valle y las rosas ordenadas en los círculos y las medias lunas, los cuales, tras una seria consideración, habían sido recortados en el césped. En éste, los lirios destacaban como vírgenes y las rosas florecían.

Woolf, Leonard, Las vírgenes sabias [The Wise Virgins], Impedimenta, Madrid, 2009. Traducción e introducción de Marian Womack. Rústica con sobrecubierta, 328 páginas.