miércoles, 2 de mayo de 2012

Trepidantes aventuras detectivescas en Oxford


¿Se puede investigar un caso en el que no hay lugar del crimen ni cadáver, o más bien, en el que éstos aparentemente han desaparecido? El poeta Richard Cadogan y el profesor oxoniense Gervase Fen, aprendices de detectives, piensan que sí.
Aunque Oxford parece un lugar tranquilo, con sus edificios universitarios, sus callejuelas pintorescas, sus estudiantes, siempre atareados, y su ambiente literario, Richard Cadogan, hastiado de su editor, cree que encontrará allí la inspiración que necesita para escribir una novela. Después de un viaje desde Londres ciertamente accidentado, nuestro poeta llega a la ciudad de madrugada. En su paseo nocturno hasta llegar a su antiguo college, donde piensa pasar la noche, descubre una juguetería cuyo aspecto le llama la atención y que, además, tiene la puerta abierta. Ávido de aventuras, Cadogan entra en ella y, para su sorpresa, se encuentra con el cadáver de una mujer. Y en ese momento...
A la mañana siguiente decide dar parte a la policía y vuelve al lugar de los hechos, pero la juguetería se ha esfumado: lo único que hay es una tienda de ultramarinos, llena de latas, sacos de harina, barreños de arroz y lentejas y tiras de tocino. Por supuesto, del cadáver no hay ni el más mínimo rastro.
Cadogan, antes de creer que se ha vuelto loco de remate y pensando firmemente en que casi ha presenciado un crimen, a pesar de que todas las evidencias conducen a lo contrario, acude a su antiguo compañero de estudios e investigador aficionado, Gervase Fen, para solicitar su ayuda. Y así, poeta y profesor se ven envueltos en una trama disparatada jalonada de cadáveres, herencias, cartas, anuncios por palabras, damas excéntricas y abogados corruptos, en la que contarán con la inestimable ayuda de Lily Christine III, el coche del profesor, que les salvará en más de una ocasión de caer en la red de los malvados en vertiginosas persecuciones.
La juguetería errante se publicó en 1946 y es la tercera novela de la saga de Gervase Fen, compuesta de nueve obras. Enmarcada en la excelente tradición británica de la novela clásica de detectives, cumple con todas sus características, y a ellas se añade, además, una deliciosa sátira literaria propiciada por las profesiones de sus protagonistas. Su autor, Edmund Crispin, seudónimo de Bruce Montgomery (1921-1978), fue todo un personaje de las letras de su época. Educado en Oxford (¿dónde si no?), decía que lo que más le gustaba en el mundo era nadar, leer a Shakespeare, los gatos, fumar, escuchar a Wagner y a Strauss y holgazanear. Por el contrario, detestaba los perros, las películas francesas, las películas inglesas modernas, el psicoanálisis, las novelas policíacas psicológicas y realistas y el teatro contemporáneo.
Afortunadamente, todavía quedan ocho novelas de la saga de Gervase Fen por disfrutar. Queda emplazada la editorial Impedimenta a publicarlas con su esmero y cuidado habituales.

-Vamos a jugar a los Libros Infumables -sugirió.
-De acuerdo. El Ulises.
-Vale. Todo Rabelais.
-Vale. El Tristram Shandy.
-Vale. La copa dorada.
-Vale. Rasselas.
-No, a mí me gusta Rasselas.
-¡Santo Dios, bueno, pues entonces Clarissa!
-Vale. Titus...
-Calla un momento. Creo que he oído a alguien que se acerca.

Crispin, Edmund, La juguetería errante. Un misterio para Gervase Fen [The Moving Toyshop], Impedimenta, Madrid, 2011. Traducción de José C. Vales. Rústica con sobrecubierta, 320 páginas.

2 comentarios:

  1. Me encantó este libro de Crispin, que probablemente es uno de los mejores que escribió. Me quedo con este y con "Buried for pleasure". Alguno de los demás es menos bueno y alguno francamente flojo. Impedimento, teóricamente, iba a publicar varios mas. Esperemos que así sea. Es una lectura sin pretensiones literarias en gran medida, pero a mi me resultó muy entretenida y en gran medida, un relax entre otros libros mas "difíciles". Es cierto que muchos cabos pueden quedar más o menos sueltos o amarrados de prisa y corriendo, pero bueno. Sabiendo en lo que uno se mete, como digo, para mi merece mucho la pena.
    También he de reconocer que el hecho de que se ambientara en Oxford pesó en mi decisión de leerlo. Cualquier cosa que pone Oxford o Cambridge fija mi mirada como una luz a una polila.
    Saludos

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    Respuestas
    1. Quería escribir Impedimenta, pero el corrector del iPad se me adelantó...

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