viernes, 23 de diciembre de 2011

Blanca Navidad

La bibliotecaria de Redfield Hall comunica a sus amables socios y corresponsales que la biblioteca permanecerá cerrada durante las entrañables fiestas navideñas. Ya se han recogido los libros y los salones están vacíos, buscando el sosiego y el silencio. Que el año 2012 depare a todos los lectores mucha felicidad y estupendos libros.


Bien está lo que ha sido, lo que nunca fue y lo que esperamos que pueda ser, y que todo ello encuentre cobijo bajo el acebo, alrededor del fuego de Navidad,
donde todo tiene su sitio en el amable corazón.
¡Nada es imposible en Navidad!
Charles Dickens

jueves, 22 de diciembre de 2011

Los libros del año

Después de muchas reuniones, conciliábulos, comités, discusiones, evaluaciones y refriegas, la dirección de la Biblioteca de Redfield Hall ha resuelto que los mejores libros del año 2011 son:

Cuento de viejas, de Arnold Bennett
(RBA, Barcelona, 2011; trad. María Cóndor)

Reina Lucía, de E. F. Benson
(Impedimenta, Madrid, 2011; trad. José C. Vales)

La felicidad de los pececillos, de Simon Leys
(Acantilado, Barcelona, 2011; trad. José Ramón Monreal)

Trifulca a la vista, de Nancy Mitford
(Libros del Asteroide, Barcelona, 2011; trad. Patricia Antón)

Perros, gatos y lémures, AA. VV.
(Errata Naturae, Madrid, 2011)


domingo, 11 de diciembre de 2011

«Cheers Edinburgh. It's been fun!»


Parece que el misterio de Edimburgo toca a su fin... Esta semana ha aparecido la décima escultura de papel y ha sido precisamente en la misma institución en la que hizo acto de presencia en el mes de marzo la primera de ellas: la Scottish Poetry Library. Y a tenor de lo que dice la nota que se ha hallado junto a la escultura, esta décima será la última: «"You need to know when to end a story", she thought. Often a good story ends where it begins. This would mean a return to the Poetry Library. The very place where she had left the first of the ten. So, here, she will end this story, in a special place [...]. A Poetry Library [...] where they are well used to 'anon'. Cheers Edinburgh. It's been fun!».
No se sabe en absoluto quién ha sido la persona que ha hecho semejantes maravillas de papel. Durante el Festival de Edimburgo se especuló con que podía ser un estudiante de arte, y también se barajaron algunos nombres de escultores cuya especialidad es el papel. En todo caso, la identidad es lo de menos. Como señala Lilias Fraser, funcionaria en la Scottish Poetry, es obvio que el creador no es alguien que esté buscando reconocimiento o dinero (o ambas cosas), simplemente es un maravilloso escultor que ha hecho esto por amor a los libros y a las bibliotecas, y el secreto forma parte de la historia y de la diversión.
(Los penúltimos lugares donde se depositaron las esculturas fueron el National Museum of Scotland y el Edinburgh's Writer Museum).

Nota hallada con la última escultura

Última escultura, encontrada en la Scottish Poetry Library

Escultura en el National Museum of Scotland, en The Lost World, de sir Arthur Conan Doyle

Escultura en el Edinburgh's Writer Museum

domingo, 27 de noviembre de 2011

De la independencia de la crítica literaria

En la interesante colección Pensamiento de la editorial Alba apareció hace ya unos años un volumen que recopilaba algunos de los ensayos más certeros de William Hazlitt (1778-1830), considerado como el crítico literario británico más importante después de Samuel Johnson (1709-1784). Este libro, El espíritu de las obligaciones y otros ensayos, no es, pues, una novedad editorial; sin embargo, los temas que trata están de plena actualidad desde hace algunas semanas.
El señor Hazlitt ejerció como crítico en varias publicaciones periódicas, entre otras, el Morning Chronicle, el Edinburgh Review, The TimesThe Examiner. Fue uno de los primeros críticos profesionales y encontró en la prensa escrita un acomodo perfecto a su estilo ágil y preciso y a su lenguaje "familiar" ("escribir en un  genuino estilo familiar, o en un estilo verdaderamente inglés, es escribir como hablaría cualquiera, en una conversación corriente, que ejerciera un completo dominio y selección de las palabras o que pudiera disertar con facilidad, fuerza y perspicacia"). Hazlitt jamás ejerció la crítica desde la pedantería o la floritura, y tenía muy claras las diferencias que existen entre el humor y el ingenio, entre el sentido común y la opinión vulgar y entre la sabiduría y la elocuencia. Siempre hablaba de sus escritos críticos con gran humildad y modestia (a pesar de la gran influencia que ejerció en célebres escritores de su época y posteriores, como Jane Austen, Robert Louis Stevenson, Thomas Hardy, Wilkie Collins y Virginia Woolf, según ellos mismos reconocieron), y comentaba que tenían poco de admirables excepto "mi propia admiración por la obra de los demás".
A comienzos del siglo XIX, la época en la que vivió Hazlitt, la democratización de la cultura (crecía la masa social que tenía acceso a los libros y las artes) propició que a un autor ya no lo juzgaran únicamente sus iguales (otros escritores, académicos, etcétera), como ocurría hasta ese momento, y la crítica adquirió un nuevo estilo, más cercano al lector común. Hazlitt (cuyas influencias van desde Burke a Wordsworth) concebía la crítica casi como un ejercicio de "instrucción pública" y nunca se dejaba llevar por personalismos o falsas percepciones, manteniendo siempre su independencia (su empatía con la obra que criticaba no impedía que señalara sus defectos). Es el paradigma del crítico que no se somete a las conocidas bajezas del mundo literario. La cuestión es si los profesionales de la crítica periodística (al margen queda la crítica literaria académica) desde ese momento han ejercido la independencia y la solvencia que se les suponía. La recepción de la literatura en la actualidad está haciendo temblar los pedestales en los que placenteramente vivía la crítica periodística, y ha quedado al descubierto todo un sistema de favores, endogamias, nepotismos y amiguismos que llevaban funcionando desde hace décadas. Por eso, la recuperación de la crítica profesional ajustada, documentada y, sobre todo, independiente debería considerarse una obligación del entramado literario.
El espíritu de las obligaciones recoge ensayos relacionados con la literatura y la filosofía. Son impagables algunos de ellos, como el dedicado a los críticos de lugares comunes ("es asombroso lo acordes que están este tipo de personas entre sí; cómo se agrupan en manada por sus opiniones; qué tacto tienen por necedad; qué instinto por lo absurdo; qué simpatía en el sentimiento; cómo se hallan unos a otros por signos infalibles"), el que versa sobre el ingenio y el humor y el que trata el estilo familiar. La lucidez, la independencia, la prosa vigorosa y la inteligencia del señor Hazlitt son las principales características que debería tener una crítica literaria solvente.

Por lo general, los escritores contemporáneos pueden dividirse en dos clases: amigos o enemigo nuestros. Sobre los primeros estamos compelidos a pensar demasiado bien, y sobre los últimos estamos dispuestos a pensar demasiado mal, a recibir mucho placer genuino de la atenta lectura, o a juzgar honradamente los méritos de cada cual. Un candidato a la fama literaria, que acaso sea conocido nuestro, escribe excelentemente y como un hombre de genio; pero, por desgracia, tiene un rostro ridículo, que afea un pasaje delicado; otro nos inspira el mayor respeto por su talento y carácter personal, pero no está por completo a la altura de nuestra expectación de la letra impresa. Todas estas contradicciones y detalles mezquinos interrumpen la tranquila corriente de nuestras reflexiones. Si quieres saber qué fue de los autores que vivieron antes de nuestra época, y que son aún objeto de ansiosa investigación, sólo has de asomarte a sus obras. Mas el polvo, el humo y el ruido de la literatura moderna nada tienen en común con el aire puro y silencioso de la inmortalidad.

Hazlitt, William, El espíritu de las obligaciones y otros ensayos [On the Spirit of Obligations y otros], Alba, Barcelona, 1999. Traducción de Javier Alcoriza y Antonio Lastra. Rústica, 296 páginas.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Compañeros de fatigas literarias

Los editores de Errata naturae se llaman Rubén Hernández e Irene Antón. Rubén e Irene son muy modestos. En la contraportada de una de sus más recientes novedades, Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales, señalan que tuvieron "una ocurrencia" cuando les propusieron a algunos autores españoles que se acercaran al mundo de los animales y escribieran sobre ellos. Una 'ocurrencia' es, según el DRAE, una "idea inesperada, pensamiento, dicho agudo u original que ocurre a la imaginación". Y aunque este proyecto participa de lo anterior, lo que tuvieron los editores de Errata naturae fue una idea fabulosa que se ha materializado en un maravilloso, delicado y precioso libro que se convertirá, sin ninguna duda, en uno de los títulos imprescindibles de esta temporada.
Once son los autores que han participado en la elaboración de esta obra coral, todos ellos de muy distinta procedencia y estilos y de generaciones variadas. Algunos escriben de sus propias mascotas y otros lo hacen de animalillos ajenos que ya han alcanzado hasta un cierto estatus literario. Hay relatos divertidos, otros tiernos, algunos muy personales, un par de ellos estremecedores, y todos rezuman literatura y buen hacer. Por las páginas de este libro desfilan, ladran y maullan una galería de animales ciertamente singular. Antón Castro nos habla del perro más querido de lord Byron, Boatswain, a quien dedicó un hermoso epitafio ("Aquí reposan / los restos de una criatura / que fue bella sin vanidad, / fuerte sin insolencia, / valiente sin ferocidad, / y tuvo todas las virtudes del hombre / y ninguno de sus defectos") y mandó construir una tumba especial en la mansión familiar de Newstead Abbey. Carlos Pardo escribe sobre Ariel, un perro que apenas cabía en una mano cuyo amo era Jules Laforgue. Pilar Adón dedica sus páginas a Virginia Woolf y a Elizabeth Barrett Browning, y a Shag, y a Pinka, y al perrito más literario que existe: Flush. Decía Virginia Woolf sobre su relación con Pinka cuando ésta murió: "Ocho años compartidos con un perro tienen que significar algo. Supongo... ¿Es una parte de nuestra vida lo que está enterrado en el jardín? Esos ocho años en Londres, nuestros paseos, un fragmento de nuestra vida privada... ¿es eso lo que ha desaparecido?". José Carlos Llop escribe sobre los lémures y hurones (el más british era el llamado La Rosa de Inglaterra) de Cyril Conelly; Soledad Puértolas sobre sus perros Moss, Coti y Lura, y recuerda a la perra Tulip de J. R. Ackerley. Marta Sanz se entrega a sus gatos en dos pequeños relatos: "Gatos" y "La gata cautiva". El primero de ellos, en el que narra la muerte de dos de sus mininos, es tierno y sobrecogedor. (Esta bibliotecaria ha sufrido con Marta en todas sus líneas, especialmente cuando dice: "Me sentiré culpable de no haber acariciado a mi gato hasta el último momento"). Ignacio Martínez de Pisón habla de Mateo, su perro cantante. Con el corazón en un puño leemos el cuento que Andrés Trapiello dedica a su perra Mora, que esperó a sus amos para morir y les hizo entrega de su muerte como su más preciado don. El recientemente fallecido Félix Romeo (a quien está dedicado el libro) nos muestra el variado zoológico de los Bowles; Berta Marsé escribe sobre Charlie y Diótima, el perro y la gata de Truman Capote; y Andrés Ibáñez recuerda a Teodoro W. Adorno, el gato de Julio Cortázar. Cierran el volumen dos índices: uno sobre los protagonistas del libro y otro sobre los escritores que han participado en él. En un precioso colofón los editores rinden un pequeño homenaje a los perros y gatos de ellos y de sus colaboradores. Falta en la recensión el último fichaje de Errata naturae, una preciosa perrita llamada Zola (por Monsieur Émile) que acaba de llegar a la editorial.
Perros, gatos y lémures es una lectura deliciosa. Los editores de Errata naturae han demostrado su oficio sobradamente (en realidad, lo llevan haciendo desde que en 2008 montaron la editorial) ideando este libro, al que fácilmente cabe imaginar una segunda parte. En ella podrían estar, por ejemplo, las mascotas de dos Emilys: Keeper, que acompañaba a Emily Brontë en sus paseos por los páramos; y Carlo, el terranova con el que Emily Dickinson paseaba por el jardín de su casa. Emily Dickinson señaló siempre que los perros son mejores que las personas, "they know --but do not tell".

Colección de perros, gatos y sus escritores


Daphne du Maurier
George Bernard Shaw
Jack Kerouac
Jean-Paul Sartre
John Cheever y Flora
Leonard Woolf y Pinka
Truman Capote
Virginia Woolf y Vita Sackville-West

Gala (23/4/98-27/7/08), compañero de fatigas de esta bibliotecaria


domingo, 6 de noviembre de 2011

Reina Lucía: la monarquía del té, el cotilleo y la cultura de segunda mano


En el apacible pueblo de Riseholme, en plena campiña inglesa, gobierna como reina indiscutible y con benévola majestad Emmeline Lucas, Lucía para sus amigos. Emmeline (cuyo lema en la vida es «La gente laboriosa tiene tiempo para todo») hace y deshace, critica y alaba, organiza, dispone, prepara, celebra, etcétera, etcétera, con la ayuda de su leal marido, Philip (con el que habla un fluido italiano en la intimidad), y de su fiel vasallo, Georgie Pillson, un petimetre aficionado al petit point, a la acuarela y al cotilleo. La vida transcurre agradablemente (deliciosos tés, veladas en el jardín, fiestas en honor de Shakespeare, cuadros dramáticos improvisados, conversaciones en la plaza del pueblo...) hasta que Daisy Quantock, rival de Lucía y firme seguidora hasta ese momento del Cristianismo Científico, revoluciona Riseholme con la llegada de su gurú, un nativo de la India que desata en el pueblo la fiebre del yoga. El reino de Lucía empieza a tambalearse y acaba por convertirse en un desastre cuando aparece en escena Olga Bracely, una cantante de ópera que incluso amenaza la peculiar relación de vasallaje entre Emmeline y Georgie. La inefable Lucía ve peligrar su trono, una circunstancia de todo punto inadmisible, y se entrega a la tarea de restaurar en Riseholme su omnipotente influencia con todas las armas que tiene a mano, aunque ello suponga llevarse por delante a todo aquel que ose discutir su supremacía.
Reina Lucía, publicada en 1920, es una deliciosa sátira sobre la pretenciosa burguesía rural británica. Es el reflejo divertido, entre el característico humor cruel y una amable burla, de la vida esnob y pretendidamente culta de la sociedad inglesa de principios del siglo XX. Su autor, Edward Frederic Benson (cuya inusual biografía bien podría servir para escribir una novela), era un discreto escritor de relatos de terror que alcanzó éxito y fama precisamente con esta obra, que inaugura la serie de Mapp & Lucia, a la que siguieron otras seis novelas y dos relatos.
Los entusiastas de la literatura inglesa siempre estamos de enhorabuena con las publicaciones de la editorial Impedimenta. Aunque sería más justo ampliar el target (como dicen los expertos) y añadir a todos los entusiastas de la buena literatura: la elección de títulos, el esmero en las traducciones (en este caso, a cargo de José C. Vales), el cuidado en la edición, el buen gusto en las cubiertas (la de Reina Lucía es una fantástica descripción de la novela), el acertado merchandising, las placenteras y entretenidísimas presentaciones de sus libros (esperamos una nueva sesión de frenesí anglosajón) y sus trabajados book tráilers (a cargo de Cristina Martínez Delgado) reconcilian al lector con el mundo editorial.
Como dijo la maravillosa Nancy Mitford: «Pagaríamos todo lo que nos pidieran por los libros de Lucía».

De acuerdo con el burdo materialismo cartográfico, Riseholme podría tal vez incluirse en el reino de Gran Bretaña, pero, en un sentido más real y preciso, lo cierto es que formaba un reino íntegro en sí mismo, y su reina era indudablemente la señora Lucas, que lo gobernaba con una autocracia firme, satisfecha al contemplar cómo mientras tanto se derrocaban tronos y las coronas imperiales giraban en torbellinos como hojas secas zarandeadas por los vientos otoñales. La reina de Riseholme, más afortunada que el mismo zar de Rusia, no tenía necesidad ninguna de temer el furibundo veneno del bolchevismo, puesto que no había en toda la marmita, donde la cultura bullía tan placenteramente, ni una sola burbuja de fermento revolucionario. No había aquí ni pobreza ni descontento, ni una sola amenaza soterrada de sublevación. La señora Lucas, hacendosa y tranquila, trabajaba más que cualquiera de sus súbditos, y ejercía un control que era popular y dictatorial en la misma medida.

Benson, E. F., Reina Lucía [Queen Lucia], Impedimenta, Madrid, 2011. Traducción de José C. Vales. Rústica con sobrecubierta, 352 páginas.

lunes, 24 de octubre de 2011

Día Internacional de la Biblioteca

Desde el año 1997, el día 24 de octubre se celebra el Día Internacional de la Biblioteca, en recuerdo de la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo, incendiada en el verano de 1992 durante la guerra serbo-bosnia. La biblioteca no tenía valor estratégico ni era un objetivo militar, aun así, la noche del 25 al 26 de agosto las fuerzas radicales serbias acabaron con ella. El edificio que la albergaba había sido construido a finales del siglo XIX, en 1894, en el Imperio austro-húngaro, para ubicar el ayuntamiento de la ciudad. El arquitecto vienés Carl Patch lo diseñó en un estilo modernista con rasgos orientales, evocando la herencia turca de Bosnia y su crisol cultural. A partir de 1951 se convirtió en la sede de la biblioteca. Alrededor de un millón y medio de volúmenes, entre ellos 155.000 obras raras (manuscritos e incunables), reunidos por musulmanes, serbios ortodoxos, croatas católicos y judíos fueron pasto de las llamas en un bombardeo espeluznante que conmocionó a la opinión pública mundial. Aunque la biblioteca lucía las banderas azules que indicaban que se trataba de un edificio perteneciente al patrimonio cultural, las tropas serbias hicieron caso omiso. Se lograron rescatar algunos libros gracias a las cadenas humanas que se organizaron, pero la intensidad del fuego provocó que el techo se hundiera y las ventanas reventasen.


El historiador Mirko Gmerk acuñó el término «memoricidio» después de esta tragedia, haciendo referencia a la «destrucción intencionada de la memoria y el tesoro cultural de un pueblo». Las Naciones Unidas lo consideran un crimen contra la Humanidad.
Desde el fin de la contienda, la rehabilitación de la biblioteca se convirtió en una tarea prioritaria para los bosnios. (El Ministerio de Cultura del gobierno español dedicó un millón de euros a reparar su fachada).
La Biblioteca de Redfield Hall se une a esta conmemoración y hace votos para que este tipo de crímenes no vuelvan a suceder.
 

jueves, 20 de octubre de 2011

Indignación bibliotecaria


El pasado 5 de febrero se celebró en Inglaterra la jornada Save Our Libraries Day (Salvemos nuestras bibliotecas). La protesta fue motivada por el cierre de bibliotecas que el gobierno británico está llevando a cabo. Esta jornada nacional se coordinó principalmente a través de las redes sociales y respondió al clamor popular. Una señalada nómina de músicos, escritores y artistas se sumaron a esta protesta. Mark Haddon (autor de El curioso incidente del perro a medianoche) fue uno de los personajes que más activamente se implicó y señaló con indignación que los políticos «están destruyendo nuestras bibliotecas para salvar las primas de los banqueros». Apenas un mes antes, en la tranquila población de Stony Stratford, en el noroeste de Londres, sus habitantes iniciaron una revolución (pacífica, eso sí) para salvar la biblioteca pública del pueblo. Tan combativos lectores sacaron de la biblioteca sus 16.000 volúmenes para demostrar que la institución es un bien de utilidad pública y presionar para evitar su cierre por parte de las autoridades municipales.

Lectores de Stony Stratford cargados de libros (fot. The Guardian)
El programa de recorte público que el gobierno británico está llevando a cabo afecta directamente a las finanzas municipales y miles de bibliotecas públicas (el 20%, unas cuatrocientas) corren el riego de cerrarse para ahorrar gastos a las arcas estatales. La excusa que esgrimen los partidarios de cerrarlas es que cada vez hay menos gente que recurre a ellas.
Esta semana, desafortunadamente, el cierre de las bibliotecas ha vuelto a la primera página de la prensa inglesa. En el municipio de Brent, al noroeste de Londres, la política de recorte de gastos tiene previsto cerrar seis de sus doce bibliotecas. Una de ellas es Kensal Rise, inaugurada por el escritor Mark Twain en 1900 (depositó en ella cinco ejemplares de sus obras). Este cierre, especialmente, ha soliviantado a la población, pues el Tribunal Supremo ha rechazado un recurso contra su clausura. Escritores como Alan Bennett o Zadie Smith habían firmado el recurso que los vecinos habían llevado a los tribunales. Como consecuencia de este fallo (nunca mejor dicho) del tribunal, los habitantes de Brent están haciendo vigilias continuas en el exterior de Kensal Rise para protestar por esta decisión. Se teme además que esta sentencia del Supremo siente precedente en otros casos similares y permita que se puedan clausurar cientos de bibliotecas.

Vigilia en el exterior de la biblioteca Kensal Rise (fot. The Guardian)
En España, seguramente, la crisis también se habrá llevado por delante alguna que otra biblioteca (aunque no parecen haberse difundido muchos datos sobre este tema). En cualquier caso, si esto ha sucedido, no ha habido ninguna manifestación ni protesta alguna por ello (o, al menos, los medios de comunicación no se han hecho eco). Si sucediera lo mismo que en Inglaterra, ¿se reaccionaría de la misma manera?
Nota: la Biblioteca de Redfield Hall es enteramente de capital privado, por lo que no está sometida a vaivenes y servidumbres de ningún tipo.

Protesta en Brent (fot. Abc)

domingo, 9 de octubre de 2011

Anecdotario literario

Las estanterías de la Biblioteca de Redfield Hall se nutren principalmente de títulos escogidos por la bibliotecaria que redacta estas líneas. En el caso de La felicidad de los pececillos, la obra llegó porque un amigo editor muy querido le recomendó su lectura, sabiendo que le iba a gustar. Efectivamente: tenía razón. En estos tiempos en los que impera peligrosamente la banalización de la cultura (con especial énfasis en la literatura y los libros) toparse con un ensayo inteligente, agudo y clarividente es una experiencia casi irreal.
La felicidad de los pececillos, de Simon Leys (Bruselas, 1935), reúne las crónicas que su autor escribió para Le Magazine Littéraire durante los años 2005 y 2006 y una serie de artículos más antiguos aparecidos en otras revistas literarias, como Écrivain, Nouvelle Revue Française y Lire. Publicado en Francia en 2008, en España lo acaba de editar Acantilado, cuyo catálogo, reunido con verdadero primor por Jaume Vallcorba, es de los que ofrecen mayores satisfacciones en la actualidad.
El reconocido profesor Simon Leys (seudónimo de Pierre Ryckmans) ofrece en estos breves ensayos sus certeras reflexiones acerca de cuestiones relacionadas con la literatura y el arte. Apoyado siempre por referentes indiscutibles (Samuel Johnson, T. S. Eliot, E. M. Forster, Chesterton o Henry James, entre otros), desgrana con curiosidad y rigor interesantes anécdotas y temas: la vulgaridad del éxito, el gusto literario, la pereza, la verdad del novelista, la relación de los escritores con el dinero, la utilidad y la inutilidad de la lectura, cómo hay que leer, etcétera. Y todo ello salpicado de jugosas citas: «Para leer buenos libros, la condición previa es no perder el tiempo en leer cosas malas, pues la vida es corta» (Schopenhauer); «Descifrar textos en una pequeña pantalla no es leer» (H. Bloom); «Todos los editores son unos perros» (E. Wilson); «¡Tendero de mierda! ¡Ah, si pudiera usted limpiarse el culo con mis contratos!» (Céline a su editor); «Un editor siempre pierde dinero editando, por lo que su secreto consiste en editar poco, incluso en no editar en absoluto» (P. V. Stock); «Nadie puede fabricar deliberadamente un best-seller» (Somerset Maugham); «A veces la buena literatura se vende bien, y a veces la pésima literatura se vende igual de bien» (H. Belloc).
La felicidad de los pececillos es una lectura deliciosa, un paseo por las glorias y miserias artísticas que ayuda a discernir lo que vale y lo que no vale en un mundo (el literario) en el que, desafortunadamente, nada es lo que parece.

¿Puede acaso la literatura ser considerada como una profesión? Es más bien una enfermedad, una terapia, una alegría, una monomanía, una bendición, una obsesión, una maldición, una locura, un estado de gracia, una pasión y muchas otras cosas más (por otra parte, «si sois capaces de vivir sin escribir decía Rilke, no escribáis»), mientras que la edición está ineluctablemente sometida a las obligaciones inherentes a toda empresa comercial; de ahí también la implacable insensibilidad con la que los editores acostumbran a tratar a sus inocentes autores.

Leys, Simon, La felicidad de los pececillos [Le bonheur des petits poissons], Acantilado, Barcelona, 2011. Traducción de José Ramón Monreal. Rústica, 144 páginas.

Nota: no se sabe nada del misterioso escultor de Edimburgo. De momento, no ha vuelto a dejar ninguna obra de arte en ningún otro sitio. Seguiremos informando.

martes, 4 de octubre de 2011

¡Atención! ¡Quince mil libros sueltos!

Durante el mes de octubre los periódicos británicos The Guardian (a la venta de lunes a sábado) y The Observer (sólo los domingos) están llevando a cabo una estupenda iniciativa libresca: soltar alrededor de quince mil libros por los lugares más insospechados del país, desde estaciones a galerías, pasando por cafés y museos. Ambos periódicos han solicitado la ayuda de editoriales y autores para reunir semejante cantidad de libros y poder repartirlos. Aparte de esto, los dos periódicos adjuntan en sus ediciones del fin de semana un ex libris (también se puede descargar en su página web) para que sus lectores puedan colaborar en este gigantesco bookcrossing. Se les pide que peguen el ex libris en algún volumen de su propiedad del cual quieran desprenderse (o compartir su lectura), escriban un mensaje y lo liberen donde juzguen conveniente. En Twitter, con el hashtag #guardianbookswap, pueden compartir sus experiencias (en ciento cuarenta caracteres) y colgar las fotos de los libros liberados. 
Varios periodistas han querido sumarse a esta iniciativa. El crítico de cine de The Guardian, Peter Bradshaw, ha elegido una novela de Tolstói, Hadyi Murad, y la columnista Grace Dent Lo que queda del día, de Kazuo Ishiguro.
La biblioteca de Redfield Hall liberará en el Retiro en los próximos días Mendel el de los libros, de Stefan Zweig (Acantilado).




miércoles, 28 de septiembre de 2011

Frenesí anglosajón


Con motivo de la presentación de las novelas La hija de Robert Poste y Flora Poste y los artistas, de Stella Gibbons, La librería y El inicio de la primavera, de Penelope Fitzgerald, y Reina Lucía, de E. F. Benson, la editorial Impedimenta ha organizado una velada literaria con el sugerente nombre de Frenesí anglosajón. Se celebrará el jueves 29 de septiembre, a las 19.30, en la Casa del Libro de la calle Hermosilla, en Madrid. Participarán en la velada el editor Enrique Redel, la escritora y traductora Pilar Adón y el traductor José C. Vales. La bibliotecaria de Redfield Hall se suma a este evento y hará una crónica detallada para sus socios y corresponsales.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Constanza y Sofía: otras dos heroínas del siglo XIX

En el otoño de 1903, el escritor inglés Arnold Bennett cenaba con frecuencia en un restaurante de la Rue de Clichy, en París. Dos camareras atendían las mesas: una muchacha joven y hermosa, con la que nunca habló, y una mujer de mediana edad que habitualmente se ocupaba de su mesa. Solían charlar casi todos los días, pero llegó un momento en que la mujer se tomó tales confianzas con el señor Bennett que incluso se enfadaba con él si no acudía al restaurante dos días seguidos. Un día discutieron acerca de unas judías y a partir de ese momento el escritor pensó que aquello era demasiado y decidió dejar de comer allí. Sin embargo, todavía fue un par de veces más, y en una de estas últimas visitas coincidió con una mujer fea, grotesca y gorda, de voz ridícula y gestos ridículos. La camarera de mediana edad del señor Bennett se rio de ella, para confusión de éste, y la muchacha joven y hermosa también. El señor Bennett reflexionó sobre esta situación y llegó a la conclusión de que esa mujer fea, grotesca y gorda fue joven una vez, y seguramente tuvo cierto encanto. Y en ese momento decidió escribir una novela que retratara la vida y la evolución de una muchacha joven hasta que se convierte en una mujer gorda y vieja. Arnold Bennett narra esta anécdota en el prefacio de su novela Cuento de viejas, que finalmente tuvo dos heroínas, las hermanas Baines: Constanza y Sofía. Constanza es la joven en la que primeramente pensó, y Sofía su contrapunto. Bennett no terminó la novela hasta 1908. Transcurrieron cinco años en los que a veces escribía  y otras aparcaba semejante proyecto. Quería hacer una gran obra, una novela cuyas dimensiones sólo fueran superadas por los títulos de Samuel Richardson (su magnífica Pamela, y su fabulosa pero casi inabarcable Clarissa). Quería desarrollar un gran plan novelesco de sustrato realista, pero los aires románticos y victorianos, y la más pura tradición inglesa lo delatan. Cuando finalmente dio por concluido el relato, sus editores se quedaron anonadados, incapaces de saber si aquello tendría alguna salida. Sin embargo, pronto Cuento de viejas obtuvo un merecidísimo éxito.
A la manera de Anthony Trollope o Thomas Hardy, Arnold Bennett creó una región imaginaria, las Cinco Ciudades, para situar a las hermanas Baines: dos jóvenes con una monótona vida que viven en un monótono pueblo de una mónotona región inglesa. La monótona vida va cambiando, sobre todo para Sofía, que abandona la aldea para trasladarse a París, en plena ebullición por los cambios políticos del siglo. El lector asiste a la transformación de dos jovencitas que cuando acaba la novela tienen más de setenta años y han sufrido, han sido felices, han amado, se han equivocado y han vivido plenamente. Constanza, tal y como se esperaba de ella: siguiendo las normas de su clase; Sofía, su antítesis, escapando de las cuatro paredes que le aguardaban.
Cuento de viejas se consideró como la gran novela del naturalismo inglés y es, sin lugar a dudas, la gran obra maestra de Arnold Bennett. Sin embargo, en los años veinte, cuando irrumpieron en el panorama literario británico escritores modernos como James Joyce, Samuel Beckett, Katherine Mansfield, Ezra Pound o Virginia Woolf, éstos criticaron acerbamente la narrativa de Bennett y los valores que defendía. Especialmente dura fue Virginia Woolf en un ensayo titulado Novelas modernas que publicó en 1919 en el Times Literary Supplement. Afortunadamente, la polémica se olvidó con el tiempo y Cuento de viejas ha prevalecido como la excelente novela que es.
La editorial RBA ha recuperado este título de la colección de Gredos, que la publicó originalmente en 2005, conservando su cuidadísima traducción. De momento, y desafortunadísimamente, es la única novela de Arnold Bennett que se puede encontrar en el mercado español.

Apretaron la nariz contra la ventana del entresuelo y miraron hacia la plaza [...]. La nariz de Constanza era respingona, pero encantadora. Sofía tenía una fina nariz romana; era una hermosa muchacha, hermosa y buena moza al mismo tiempo. Las dos eran como caballos de carreras, vibrantes de vida delicada, sensible y exuberante; una prueba exquisita y encantadora de la circulación de la sangre; inocentes, astutas, pícaras, gazmoñas, efusivas, ignorantes y milagrosamente sabias. Sus edades eran quince y dieciséis; es una época en la que, si somos francos, hemos de admitir que no tenemos nada que aprender: sencillamente lo hemos aprendido todo en los últimos seis meses.

Bennett, Arnold, Cuento de viejas [The Old Wives' Tale], RBA, Barcelona, 2011. Traducción de María Cóndor Orduño. Apéndice de María Lozano Mantecón. Cartoné con sobrecubierta, 736 páginas.

Bennett, como otros escritores de su época, inventó un marco geográfico
para su Cuento de viejas. En la imagen, Dedham Lock and Mill (1818), de Constable.

sábado, 27 de agosto de 2011

Misterios de Edimburgo

Durante el mes de agosto, concretamente desde el día 13 hasta el día 29, se celebra en Edimburgo el Edinburgh International Book Festival. Este festival reúne a 797 escritores y organiza 757 eventos dedicados especialmente a los libros y a la literatura. Los medios de comunicación británicos se hacen eco diariamente de todas sus actividades, siempre interesantes y reseñables. El día 24 de agosto, sin embargo, los periódicos no informaron sobre los actos de ese día, sino que recogieron una singular noticia acaecida en el festival: habían aparecido dos preciosas esculturas librescas, hechas a partir de dos novelas del escritor escocés de novela policíaca Ian Rankin (Fife, 1960), y nadie supo decir de dónde habían salido ni cómo habían llegado hasta allí. El anónimo autor había dejado sendas notas en ambas esculturas, una dirigida a la cuenta de Twitter del festival y la otra a la cuenta de Twitter de la Unesco Edinburgh City of Literatura. La primera de ellas es un precioso bosque frondoso y la otra una composición con una taza, un pastel y una campanilla.



Estas delicadas esculturas de papel son en realidad la quinta y la sexta que se han encontrado en Escocia. Todo empezó el 3 de marzo de este año, cuando se descubrió en la Scottish Poetry Library la primera de ellas: un frágil árbol de papel. A finales de junio le tocó el turno a la National Library of Scotland. En este caso la escultura representaba un gramófono con un ataúd. Más tarde, el 30 de junio, se encontró otra en la Filmhouse: la obra ilustraba una sala de cine. El 11 de julio, en una de las ventanas del Scottish Storytelling Centre (en la sala dedicada a Robert Louis Stevenson) se halló un dragón de papel incubando un huevo. Y las últimas que se han encontrado han sido las del festival de Edimburgo. Todas las esculturas están talladas en diferentes libros de Ian Rankin y se acompañan de una nota cuyo principio siempre es el mismo: "A gift support of libraries, books, words, ideas...".

Escultura hallada en la Scottish Poetry Library

National Library of Scotland
Filmhouse
Scottish Storytelling Centre
Desde la Biblioteca de Redfield Hall seguiremos informando sobre este maravilloso misterio escocés...

domingo, 21 de agosto de 2011

Una góndola llena de libros

La bibliotecaria de Redfield Hall espera que sus estimados socios y corresponsales hayan disfrutado de unas estupendas e interesantes vacaciones. Por su parte, después de un agradabilísimo periplo mediterráneo, de nuevo abre las puertas de su institución con variada y diversa información a la que se añadirán, sin duda alguna y en fecha próxima, las reseñas de sus descubrimientos literarios del estío.

Entrada de la librería Acqua Alta, en Venecia
No existe lugar más venerable para un lector que una biblioteca o una librería. Y somos muchos los viajeros que procuramos visitar estos sanctasanctórums en cuanto recalamos en una ciudad distinta a la nuestra. De hecho, hay listas ciertamente interesantes sobre las diez mejores librerías del mundo, las más bonitas o las más imponentes. Y descubrir una de ellas siempre es una experiencia placentera (sobre todo cuando no la hemos encontrado en las susodichas listas). En el sestiere de Castello, en Venecia, tras pasar un precioso puente, aparece, recóndita y casi oculta, en el número 5176 de la calle Longa Santa Maria Formosa, la librería Acqua Alta, con su cartel en inglés que indica lo siguiente: «Welcome to the most beautiful bookshop in the world». Seguramente exagera. Aunque quizá podría ostentar el título (en reñida competencia con la parisina Shakespeare & Company) de la «librería más abigarrada». Tras franquear la puerta, situada en una placita bajo la sombra de una gran higuera, el visitante se ve envuelto en un laberinto libresco del que le será difícil escapar. Unos primeros expositores llenos a rebosar de postales, tarjetas, láminas y mapas antiguos dejan paso a más de una docena de bañeras, barcas y góndolas (reales y tal vez útiles todavía) repletas y atestadas hasta los topes de todo tipo de libros viejos, nuevos, usados, firmados, robados, perdidos, buenos, malos, regulares y sin calificación posible. Algunos carteles escritos a mano indican qué obras albergan. Por ejemplo: «Un barcone di best sellers» o «Narrativa, autori stranieri». La parte de atrás del establecimiento se asoma a un canal y, con un poco de suerte, el curioso lector podrá atisbar desde allí el paso de alguna góndola.
El propietario de la librería, Frizzo Luigi, atiende con amabilidad e interés a los clientes (que son muchos) y, como buen veneciano, siempre está dispuesto a la charla y la conversación. No hay duda de que su establecimiento (que también es un bed & breakfast) forma parte de la Venecia oculta que cualquier avezado viajero desea descubrir.




«A bookstore is one of the only pieces of evidence we have that people are still thinking», J. Seinfield.

domingo, 31 de julio de 2011

¿La cultura es un placer... o no?


Realmente, hay pocos títulos que encajen mejor en una biblioteca que Signatura 400, la primera novela de la prometedora escritora francesa Sophie Divry, publicada en España por la editorial barcelonesa Blackie Books. Destacan en su impecable edición la esmerada y ajustada traducción a cargo de María Enguix y la labor de corrección del libro. Una preciosa cubierta en tapa dura con una ilustración de libros de vivísimos colores, diseñada por Sergio Ibáñez, permite que la obra se distinga perfectamente entre el resto de títulos de la mesa de novedades. Este libro es una pequeña joya y sabrá apreciarlo en su justa medida cualquier persona a la que le gusten los libros, leer, la literatura o las bibliotecas.
La protagonista de esta novela es una bibliotecaria anónima de provincias que un buen día descubre a un usuario dormido en el sótano de la biblioteca, justo la planta en la que ella trabaja, dedicada a la sección de Geografía. La bibliotecaria, relegada y olvidada tanto por sus compañeros de trabajo (todos por encima de ella de acuerdo con la jerarquía bibliotecaria) como por los lectores (que apenas se dirigen a ella nada más que para solicitarle los libros en préstamo que desean), comienza un monólogo en el que va relatando su vida a este usuario al que ni siquiera conoce. Al final de la novela conoceremos perfectamente a la bibliotecaria, sus frustraciones, sus amores, aficiones, lecturas preferidas... Es imposible resistirse al encanto de esta mujer de mediana edad secretamente enamorada de un joven que frecuenta la biblioteca a la que le gustaría encargarse de la sección de Historia, que ama a Maupassant, que tiene al creador del Sistema Dewey de clasificación bibliográfica por un héroe, que quiere acabar con la democratización de la cultura (ella sólo lee autores muertos), que no soporta a los usuarios que únicamente acuden a la biblioteca a leer cómics y a ver deuvedés, que desprecia a Napoléon y admira la Revolución (por su capacidad para poner orden) y que reinvindica infructuosamente que se ocupe la signatura 400 del sistema Dewey, relegada al vacío desde que se desplazaron las lenguas a la 800.
Sophie Divry ha dedicado este libro a todas aquellas personas que encuentran hueco más fácilmente en una biblioteca que en la sociedad.

Esos libros que se publican ahora, habrá de todo, pero en general no son buenas compañías. Y si te mezclas a diario con libros malos, inteligente no te vuelves. Tampoco es para sorprenderse. ¿Nunca lo ha pensado? ¿Qué tipo de literatura puede producir una sociedad en la que no hay ni guerras, ni epidemias, ni revoluciones? Se lo diré yo: ficciones estúpidas [...]. Cuando veo, al empezar el curso, todos esos libros necios que invaden las librerías y que al cabo de unos meses sólo sirven para venderse al peso... De todos esos libros que te asaltan a centenares, el noventa por ciento sólo sirve para envolver sardinas. [...] Los peores son los libros exprés, los libros de actualidad: se encargan, se escriben, se imprimen, se televisan, se compran, se retiran, se destruyen. Los editores deberían poner la fecha de caducidad al lado del precio, ya que son sólo libros de consumo.

Divry, Sophie, Signatura 400 [La Cote 400], Blackie Books, Barcelona, 2011. Cartoné, 112 páginas.
(En el vídeo siguiente Sophie Divry presenta su novela en el Salon du Livre de París, que se celebró en marzo de este año).

domingo, 3 de julio de 2011

Muriel Spark y sus señoritas de escasos medios


La escritora escocesa Muriel Spark (1918-2006) tuvo su momento de gloria en España en los años setenta y ochenta, cuando varias editoriales (sobre todo, Lumen) publicaron algunas de sus novelas. Resurgió de nuevo en el año 2006: en esa fecha Pre-Textos dio a la prensa la que se considera, en general, la mejor de sus obras: La plenitud de la señorita Brodie. Han tenido que transcurrir varios años para volver a disfrutar de la escritura ágil, punzante y curiosa de la señora Spark. Así, en 2010, Plataforma sacó a la luz Memento mori, y este 2011 nos ha traído, felizmente, dos novelas más: El asiento del conductor, en Contraseña, y Las señoritas de escasos medios, en Impedimenta. Esta última obra no ha podido encontrar mejor hogar que el catálogo de esta editorial, cuya línea de recuperación de clásicos ingleses (con mucha frecuencia, jamás traducidos en España) es ejemplar. (Esperamos con alegría el otoño, porque a esta bibliotecaria le consta que Enrique Redel, alma de Impedimenta, nos deleitará con una novedad que provocará el entusiasmo de los seguidores de la mejor literatura británica).
Las señoritas de escasos medios está ambientada en Londres, durante la complicada primavera y el triste verano de 1945, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, cuando la capital inglesa no pasaba por su mejor momento y «toda la gente buena era pobre». En el club May of Teck, en Kensington, residen muchachas sin dinero y solteras que se buscan la vida como buenamente pueden para sobrevivir a los rigores y angustias de la época. Sin embargo, hasta en los momentos más oscuros puede surgir la alegría y estas señoritas, con un futuro más bien incierto, quieren disfrutar de la vida. El hilo conductor de la novela es Nicholas Farringdon, un aprendiz de escritor cuya editora, Jane Wright, reside precisamente en May of Teck. Cuando el joven autor conoce a estas señoritas cae rendido ante ellas (y ellas ante él) y de su mano se van desgranando las personalidades y circunstancias de cada una. La galería de muchachas que retrata Muriel Spark es sencillamente deliciosa. Las chicas del May of Teck sabían, ante todo, «cómo aprovechar el tiempo», y así, a lo largo de la novela, nos muestran sus vaivenes sentimentales y profesionales (sus principales preocupaciones son el amor y el dinero, por este orden) y sus anhelos sociales.
Muriel Spark, con un estilo narrativo irónico y en ocasiones despiadado, traza la historia agridulce de una época terrible, empleándose en la mejor de las tradiciones de la novelística inglesa.
Desde la Biblioteca de Redfield Hall esperamos que más editoriales se sumen al rescate de este gran nombre de la literatura británica, especialmente en su faceta de autora de no ficción, donde destaca con varias obras sobre Mary Shelley y las hermanas Brontë.

Toda la buena gente era pobre, pero había pocas personas tan decentes, en cuanto a decencia propiamente dicha, como las chicas de Kensington que por la mañana se asomaban a la ventana para ver qué tiempo hacía o que atisbaban por la tarde el verdor del parque como pensando en los meses venideros, en el amor y sus vericuetos. Sus ojos brillaban con un entusiasmo que, pareciendo rozar la genialidad, era simple juventud. La primera norma del estatuto, redactado hacía tiempo y con la ingenuidad característica de la época eduardiana, aún se le podía aplicar a las chicas de Kensington sin apenas cambio alguno: «El club May of Teck existe para proporcionar seguridad económica y amparo social a las señoritas de escasos medios, con una edad inferior a los treinta años, que se ven obliagadas a residir lejos de sus familias por tener que desempeñar un trabajo en Londres». Como ellas mismas sabían en mayor o menor grado, por aquel entonces había pocas personas más encantadoras, ingeniosas, conmovedoramente bellas y, en ciertos casos, salvajes, que las señoritas de escasos medios.

Spark, Muriel, Las señoritas de escasos medios [The Girls of Slender Means], Madrid, Impedimenta, 2011. Traducción de Gabriela Bustelo. Rústica con sobrecubierta, 184 páginas.

domingo, 19 de junio de 2011

El sufrido oficio de editor


Después de tres agradables fines de semana disfrutando de la Feria del Libro de Madrid, conversando con editores, libreros y lectores y haciendo acopio de obras para esta biblioteca (que, como es una iniciativa privada, no depende de que las editoriales envíen ejemplares, sino que se nutre de adquisiciones abonadas de su propio bolsillo), la bibliotecaria vuelve a su trabajo habitual y pide disculpas a sus socios y corresponsales por la tardanza en regresar a su tarea.
Para no dejar por completo este ambiente editorial tan peculiar, traemos hoy un libro que hará las delicias de todos los relacionados con este mundillo: Stet [vale lo tachado], las memorias de la editora Diana Athill, publicado por Trama. Esta editorial madrileña cuenta con una colección dedicada única y exclusivamente a andanzas y avatares de editores y autores variopintos: Tipos Móviles. Entre sus títulos destacan algunos que ya se han convertido en clásicos, como Editor, de Tom Maschler, y Jérôme Lindon, mi editor, de Jean Echenoz. Su última incorporación es Éxito, de Íñigo García Ureta, que versa sobre el rechazo editorial (especialmente de manuscritos que después han alcanzado la fama).
La palabra latina stet es una orden que utilizan los editores y correctores para indicar que se debe ignorar una corrección previamente marcada en unas galeradas. Se suele indicar con una línea de puntos o rayitas debajo de la palabra, frase o párrafo tachado o corregido, y en el margen de la página se anota, con un círculo, 'ok' o 'vale lo tachado'. La autora tituló su obra de esta manera en «un intento de restituir mediante un gran stet enmarcado en un círculo al margen, al menos parte de mi experiencia en su forma original».
Diana Athill nació en 1917. Educada en Oxford, ayudó a André Deutsch a lanzar la mítica editorial del húngaro, y trabajó en ella casi cincuenta años, hasta que la compró un gran grupo en 1985. Considerada como una de las mejores editoras de Londres, ella siempre ha defendido que no hizo nada más allá de su trabajo puramente rutinario en la editorial («ser una persona de trato agradable con los demás» y «leer, editar y corregir pruebas») y siempre ha llevado a gala orgullosamente que su tarea consistía sobre todo en ser «editora de mesa» más que «publisher» (como gustan calificarse en la actualidad muchos profesionales en detrimento de la clásica y ajustada 'editor').
En Stet [vale lo tachado] Diana Athill narra el día a día de su trabajo como editora en un relato ágil, divertido y lleno de anécdotas. En la primera parte cuenta cómo fueron los primeros años de André Deutsch Ltd., las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse, cómo aprendió su oficio, la relación con los autores y su manera de trabajar y cómo cambió el paradigma editorial cuando los grandes grupos impusieron sus normas. La segunda parte está dedicada a los escritores a los que Diana Athill ayudó a lanzar su carrera, entre ellos, Jean Rhys, Molly Keane o V. S. Naipaul (a los que hay que añadir nombres tan brillantes como John Updike, Philip Roth o Norman Mailer, aunque no cuentan con su propio capítulo).
Stet [vale lo tachado] se convierte casi en una lectura obligada para cualquier editor actual, sobre todo en estos tiempos en los que la línea que separa la edición y la escritura del márketing y las ventas es cada día más difusa.

[Sobre un manuscrito ilegible de un tal Sir-Lo-Que-Fuese que Diana Athill tuvo que editar] Dudo mucho que hubiera una sola frase —desde luego, no hubo un solo párrafo— que no alterase y que a menudo tuviese que mecanografiar de nuevo, enviando los capítulos uno por uno al autor para recabar su visto bueno. Aunque era un cascarrabias por naturaleza, siempre nos lo dio. Disfruté con el trabajo. Fue como ir retirando capas sucesivas de papel de estraza arrugado [...]. Poco después de la publicación, el libro tuvo una reseña en el Times Literary Supplement: era un libro excelente, erudito, repleto de detalles fascinantes y escrito además con elegancia. El autor no tardó en enviarme un recorte de la reseña con una nota: «Qué amable por su parte —pensé—, va a darme las gracias». Lo que decía la nota era esto otro: «Notará usted el comentario sobre el estilo, que confirma lo que siempre he pensado y es que todo este jaleo [editar y reescribir el texto] nunca fue necesario». Cuando terminé de reírme, acepté el mensaje: un editor nunca ha de esperar que le den las gracias (a veces se las dan, pero siempre hay que considerarlo como una propina). Hemos de recordar siempre que sólo somos las comadronas. Si queremos que se elogie a la progenie, tendremos que dar a luz a nuestros propios hijos.

Athill, Diana, Stet [vale lo tachado]. Recuerdos de una editora [Stet: An Editor's Life], Trama Editorial, Madrid, 2010. Traducción de Miguel Martínez-Lage. Rústica, 256 páginas.