domingo, 19 de junio de 2011

El sufrido oficio de editor


Después de tres agradables fines de semana disfrutando de la Feria del Libro de Madrid, conversando con editores, libreros y lectores y haciendo acopio de obras para esta biblioteca (que, como es una iniciativa privada, no depende de que las editoriales envíen ejemplares, sino que se nutre de adquisiciones abonadas de su propio bolsillo), la bibliotecaria vuelve a su trabajo habitual y pide disculpas a sus socios y corresponsales por la tardanza en regresar a su tarea.
Para no dejar por completo este ambiente editorial tan peculiar, traemos hoy un libro que hará las delicias de todos los relacionados con este mundillo: Stet [vale lo tachado], las memorias de la editora Diana Athill, publicado por Trama. Esta editorial madrileña cuenta con una colección dedicada única y exclusivamente a andanzas y avatares de editores y autores variopintos: Tipos Móviles. Entre sus títulos destacan algunos que ya se han convertido en clásicos, como Editor, de Tom Maschler, y Jérôme Lindon, mi editor, de Jean Echenoz. Su última incorporación es Éxito, de Íñigo García Ureta, que versa sobre el rechazo editorial (especialmente de manuscritos que después han alcanzado la fama).
La palabra latina stet es una orden que utilizan los editores y correctores para indicar que se debe ignorar una corrección previamente marcada en unas galeradas. Se suele indicar con una línea de puntos o rayitas debajo de la palabra, frase o párrafo tachado o corregido, y en el margen de la página se anota, con un círculo, 'ok' o 'vale lo tachado'. La autora tituló su obra de esta manera en «un intento de restituir mediante un gran stet enmarcado en un círculo al margen, al menos parte de mi experiencia en su forma original».
Diana Athill nació en 1917. Educada en Oxford, ayudó a André Deutsch a lanzar la mítica editorial del húngaro, y trabajó en ella casi cincuenta años, hasta que la compró un gran grupo en 1985. Considerada como una de las mejores editoras de Londres, ella siempre ha defendido que no hizo nada más allá de su trabajo puramente rutinario en la editorial («ser una persona de trato agradable con los demás» y «leer, editar y corregir pruebas») y siempre ha llevado a gala orgullosamente que su tarea consistía sobre todo en ser «editora de mesa» más que «publisher» (como gustan calificarse en la actualidad muchos profesionales en detrimento de la clásica y ajustada 'editor').
En Stet [vale lo tachado] Diana Athill narra el día a día de su trabajo como editora en un relato ágil, divertido y lleno de anécdotas. En la primera parte cuenta cómo fueron los primeros años de André Deutsch Ltd., las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse, cómo aprendió su oficio, la relación con los autores y su manera de trabajar y cómo cambió el paradigma editorial cuando los grandes grupos impusieron sus normas. La segunda parte está dedicada a los escritores a los que Diana Athill ayudó a lanzar su carrera, entre ellos, Jean Rhys, Molly Keane o V. S. Naipaul (a los que hay que añadir nombres tan brillantes como John Updike, Philip Roth o Norman Mailer, aunque no cuentan con su propio capítulo).
Stet [vale lo tachado] se convierte casi en una lectura obligada para cualquier editor actual, sobre todo en estos tiempos en los que la línea que separa la edición y la escritura del márketing y las ventas es cada día más difusa.

[Sobre un manuscrito ilegible de un tal Sir-Lo-Que-Fuese que Diana Athill tuvo que editar] Dudo mucho que hubiera una sola frase —desde luego, no hubo un solo párrafo— que no alterase y que a menudo tuviese que mecanografiar de nuevo, enviando los capítulos uno por uno al autor para recabar su visto bueno. Aunque era un cascarrabias por naturaleza, siempre nos lo dio. Disfruté con el trabajo. Fue como ir retirando capas sucesivas de papel de estraza arrugado [...]. Poco después de la publicación, el libro tuvo una reseña en el Times Literary Supplement: era un libro excelente, erudito, repleto de detalles fascinantes y escrito además con elegancia. El autor no tardó en enviarme un recorte de la reseña con una nota: «Qué amable por su parte —pensé—, va a darme las gracias». Lo que decía la nota era esto otro: «Notará usted el comentario sobre el estilo, que confirma lo que siempre he pensado y es que todo este jaleo [editar y reescribir el texto] nunca fue necesario». Cuando terminé de reírme, acepté el mensaje: un editor nunca ha de esperar que le den las gracias (a veces se las dan, pero siempre hay que considerarlo como una propina). Hemos de recordar siempre que sólo somos las comadronas. Si queremos que se elogie a la progenie, tendremos que dar a luz a nuestros propios hijos.

Athill, Diana, Stet [vale lo tachado]. Recuerdos de una editora [Stet: An Editor's Life], Trama Editorial, Madrid, 2010. Traducción de Miguel Martínez-Lage. Rústica, 256 páginas.