
Londres recoge los textos que Henry James dedicó a la capital británica. Su naturaleza observadora le permitió retratar la gran ciudad con miles de matices y describir fielmente todo tipo de detalles: desde el verdor de los parques, los efectos del hollín en el paisaje, las callejuelas repletas de maleantes hasta el esplendor de la arquitectura o el murmullo constante del tráfico de los coches de punto. Para el señor James, Londres era "el epítome del ancho mundo".
Han transcurrido más de cien años desde que Henry James elaboró estos escritos londinenses y, aun así, reflejan el pálpito de la ciudad con la misma vigencia que en la actualidad. Al visitante le embriaga la emoción, como al escritor, cuando camina por el Strand ("recuerdo que ése fue el arranque de mi apasionamiento"), por el Temple ("con la conciencia teñida de romanticismo"), por Piccadilly, por Trafalgar Square, por Charing Cross, por Kensington, Mayfair o Belgravia, o por Westminster ("grandes torres, grandes nombres, grandes recuerdos; al pie de la abadía, del Parlamento").
Hace falta Londres para que uno tenga el ánimo de hacer una caminata puramente rústica desde Notting Hill hasta Whitehall. Es posible atravesar esa distancia inmensa, una diagonal casi completa de la ciudad, pisando solamente un césped suave y mullido, entre el trino de las aves, el balar de las ovejas, el ondularse de los estanques, el susurro de los árboles admirables. Con frecuencia he deseado, con el fin de disfrutar de un lujo diario como ése, de un ejercicio con tintes románticos, ser un funcionario a cargo del gobierno y vivir con toda comodidad doméstica en una casa de Pembridge, un suponer, teniendo que incorporarme a mi despacho en Westminster. Enfilaría Kensington Gardens por la linde noroeste...
James, Henry, Londres, Alhena Media, Barcelona, 2007. Prólogo de Íñigo García Ureta. Traducción de Miguel Martínez-Lage. 208 páginas, rústica.