domingo, 4 de abril de 2010

London calling, again


Henry James nació en Nueva York en 1843. Su padre era un reconocido intelectual y desde muy pronto el joven James viajó por Europa y conoció a los clásicos del Viejo Continente. Durante la mayor parte de su vida mantuvo su residencia en Inglaterra e incluso finalmente adquirió la ciudadanía británica. Llegó a Londres desde París, vía Liverpool, en el invierno de 1876, y pronto se mudó a un apartamento cercano a Piccadilly Circus, en el número 3 de Bolton Street, con vistas a Green Park. Inglaterra, y Londres en particular ("el lugar preciso del mundo que con más fuerza comunica la sensación de estar vivo"), le atraparon, y aunque siguió viajando por el continente, siempre mantuvo su casa en la isla (primero en la capital y después en Rye, Sussex), donde falleció en 1916.
Londres recoge los textos que Henry James dedicó a la capital británica. Su naturaleza observadora le permitió retratar la gran ciudad con miles de matices y describir fielmente todo tipo de detalles: desde el verdor de los parques, los efectos del hollín en el paisaje, las callejuelas repletas de maleantes hasta el esplendor de la arquitectura o el murmullo constante del tráfico de los coches de punto. Para el señor James, Londres era "el epítome del ancho mundo".
Han transcurrido más de cien años desde que Henry James elaboró estos escritos londinenses y, aun así, reflejan el pálpito de la ciudad con la misma vigencia que en la actualidad. Al visitante le embriaga la emoción, como al escritor, cuando camina por el Strand ("recuerdo que ése fue el arranque de mi apasionamiento"), por el Temple ("con la conciencia teñida de romanticismo"), por Piccadilly, por Trafalgar Square, por Charing Cross, por Kensington, Mayfair o Belgravia, o por Westminster ("grandes torres, grandes nombres, grandes recuerdos; al pie de la abadía, del Parlamento").

Hace falta Londres para que uno tenga el ánimo de hacer una caminata puramente rústica desde Notting Hill hasta Whitehall. Es posible atravesar esa distancia inmensa, una diagonal casi completa de la ciudad, pisando solamente un césped suave y mullido, entre el trino de las aves, el balar de las ovejas, el ondularse de los estanques, el susurro de los árboles admirables. Con frecuencia he deseado, con el fin de disfrutar de un lujo diario como ése, de un ejercicio con tintes románticos, ser un funcionario a cargo del gobierno y vivir con toda comodidad doméstica en una casa de Pembridge, un suponer, teniendo que incorporarme a mi despacho en Westminster. Enfilaría Kensington Gardens por la linde noroeste...

James, Henry, Londres, Alhena Media, Barcelona, 2007. Prólogo de Íñigo García Ureta. Traducción de Miguel Martínez-Lage. 208 páginas, rústica.