En la interesante colección Pensamiento de la editorial Alba apareció hace ya unos años un volumen que recopilaba algunos de los ensayos más certeros de William Hazlitt (1778-1830), considerado como el crítico literario británico más importante después de Samuel Johnson (1709-1784). Este libro, El espíritu de las obligaciones y otros ensayos, no es, pues, una novedad editorial; sin embargo, los temas que trata están de plena actualidad desde hace algunas semanas.
El señor Hazlitt ejerció como crítico en varias publicaciones periódicas, entre otras, el Morning Chronicle, el Edinburgh Review, The Times o The Examiner. Fue uno de los primeros críticos profesionales y encontró en la prensa escrita un acomodo perfecto a su estilo ágil y preciso y a su lenguaje "familiar" ("escribir en un genuino estilo familiar, o en un estilo verdaderamente inglés, es escribir como hablaría cualquiera, en una conversación corriente, que ejerciera un completo dominio y selección de las palabras o que pudiera disertar con facilidad, fuerza y perspicacia"). Hazlitt jamás ejerció la crítica desde la pedantería o la floritura, y tenía muy claras las diferencias que existen entre el humor y el ingenio, entre el sentido común y la opinión vulgar y entre la sabiduría y la elocuencia. Siempre hablaba de sus escritos críticos con gran humildad y modestia (a pesar de la gran influencia que ejerció en célebres escritores de su época y posteriores, como Jane Austen, Robert Louis Stevenson, Thomas Hardy, Wilkie Collins y Virginia Woolf, según ellos mismos reconocieron), y comentaba que tenían poco de admirables excepto "mi propia admiración por la obra de los demás".
A comienzos del siglo XIX, la época en la que vivió Hazlitt, la democratización de la cultura (crecía la masa social que tenía acceso a los libros y las artes) propició que a un autor ya no lo juzgaran únicamente sus iguales (otros escritores, académicos, etcétera), como ocurría hasta ese momento, y la crítica adquirió un nuevo estilo, más cercano al lector común. Hazlitt (cuyas influencias van desde Burke a Wordsworth) concebía la crítica casi como un ejercicio de "instrucción pública" y nunca se dejaba llevar por personalismos o falsas percepciones, manteniendo siempre su independencia (su empatía con la obra que criticaba no impedía que señalara sus defectos). Es el paradigma del crítico que no se somete a las conocidas bajezas del mundo literario. La cuestión es si los profesionales de la crítica periodística (al margen queda la crítica literaria académica) desde ese momento han ejercido la independencia y la solvencia que se les suponía. La recepción de la literatura en la actualidad está haciendo temblar los pedestales en los que placenteramente vivía la crítica periodística, y ha quedado al descubierto todo un sistema de favores, endogamias, nepotismos y amiguismos que llevaban funcionando desde hace décadas. Por eso, la recuperación de la crítica profesional ajustada, documentada y, sobre todo, independiente debería considerarse una obligación del entramado literario.
El espíritu de las obligaciones recoge ensayos relacionados con la literatura y la filosofía. Son impagables algunos de ellos, como el dedicado a los críticos de lugares comunes ("es asombroso lo acordes que están este tipo de personas entre sí; cómo se agrupan en manada por sus opiniones; qué tacto tienen por necedad; qué instinto por lo absurdo; qué simpatía en el sentimiento; cómo se hallan unos a otros por signos infalibles"), el que versa sobre el ingenio y el humor y el que trata el estilo familiar. La lucidez, la independencia, la prosa vigorosa y la inteligencia del señor Hazlitt son las principales características que debería tener una crítica literaria solvente.
Por lo general, los escritores contemporáneos pueden dividirse en dos clases: amigos o enemigo nuestros. Sobre los primeros estamos compelidos a pensar demasiado bien, y sobre los últimos estamos dispuestos a pensar demasiado mal, a recibir mucho placer genuino de la atenta lectura, o a juzgar honradamente los méritos de cada cual. Un candidato a la fama literaria, que acaso sea conocido nuestro, escribe excelentemente y como un hombre de genio; pero, por desgracia, tiene un rostro ridículo, que afea un pasaje delicado; otro nos inspira el mayor respeto por su talento y carácter personal, pero no está por completo a la altura de nuestra expectación de la letra impresa. Todas estas contradicciones y detalles mezquinos interrumpen la tranquila corriente de nuestras reflexiones. Si quieres saber qué fue de los autores que vivieron antes de nuestra época, y que son aún objeto de ansiosa investigación, sólo has de asomarte a sus obras. Mas el polvo, el humo y el ruido de la literatura moderna nada tienen en común con el aire puro y silencioso de la inmortalidad.
Hazlitt, William, El espíritu de las obligaciones y otros ensayos [On the Spirit of Obligations y otros], Alba, Barcelona, 1999. Traducción de Javier Alcoriza y Antonio Lastra. Rústica, 296 páginas.