Lumen es una de las pocas editoriales pertenecientes a grandes grupos que, a pesar de la crisis y de la devaluación de los libros, continúa publicando hermosos volúmenes en tapa dura (excepto en su nueva colección, Futura) con exquisito papel. Bien es cierto que los textos que suelen atesorar esas tapas de cuidadas y esmeradas cubiertas merecen su publicación de manera tan especial. Recientemente, Lumen ha sacado a la luz Érase una vez Manhattan, un clásico estadounidense que permanecía inédito en España. La cubierta, con un maravilloso skyline de Nueva York, corre a cargo de Marta Borrell. El lector abre el libro y se topa ya desde el principio con una de las imágenes más significativas de la ciudad: las guardas, en blanco y negro, están ilustradas con las escaleras de incendios inconfundibles de las casas de Manhattan. (Se podría pensar que en alguna de esas ventanas aparecerá en cualquier momento Holly Golightly).
Érase una vez Manhattan es una de las tres obras que Mary Cantwell escribió sobre su vida, desde su infancia hasta su madurez (las otras dos son American Girl y Speaking with Strangers). Nacida en Providence (Rhode Island) en 1930, se trasladó a Nueva York en 1953, cuando terminó sus estudios universitarios. Llegó a Manhattan con ochenta dólares en el bolsillo y una máquina de escribir Smith-Corona portátil de la que esperaba sacar un buen partido. Vital, hermosa y joven, pronto se encontró como pez en el agua sumergida en la vorágine frenética de la ciudad. En la obra, Mary va relatando cronológicamente, a través de sus diferentes domicilios (primero en Waverly Place, 148, compartiendo cuchitril con una compañera de universidad; después, ya con su marido, en la calle Veintiuno Este, en la calle Once Oeste, en Perry Street y en Jane Street), cómo se desenvuelve en la vida neoyorquina y en sus distintos trabajos. Nada más llegar a la Gran Manzana, consigue un puesto como secretaria del director de prensa en Mademoiselle, después pasa a trabajar a Vogue y, finalmente, logra ser columnista en The New York Times.
Mary Cantwell traza un maravilloso retrato de Manhattan, un canto a una ciudad en la que, en aquella dorada época de los años cincuenta, todo parecía posible, incluso la felicidad. Como ella mismo dijo: «Para mí, Nueva York era una colmena. No podías limitarte a vivir allí. Tenías que ser alguien, hacer algo, lo que fuera. La mejor manera de conocer Nueva York, de aprender a amarla, era dejar que te agotara».
Mary Cantwell traza un maravilloso retrato de Manhattan, un canto a una ciudad en la que, en aquella dorada época de los años cincuenta, todo parecía posible, incluso la felicidad. Como ella mismo dijo: «Para mí, Nueva York era una colmena. No podías limitarte a vivir allí. Tenías que ser alguien, hacer algo, lo que fuera. La mejor manera de conocer Nueva York, de aprender a amarla, era dejar que te agotara».
En una palabra, no nos falta de nada. Por lo menos, a mí no me falta de nada. Hay noches en las que, sentada en el sofá cama con las piernas cruzadas, Las cuatro estaciones de Vivaldi en el tocadiscos y los gatos callejeros delante de la ventana de la cocina rebuscando entre la hierba, me siento pletórica de alegría, porque salgo de esta casa todas las mañanas para dirigirme al lugar que mi padre prometió que un día sería mío. El lugar donde habría mucha gente como yo.
Cantwell, Mary, Érase una vez Manhattan [Manhattan, When I Was Young], Lumen, Barcelona, 2010. Traducción de Jordi Fibla. Cartoné con sobrecubierta, 272 páginas.
qué buena pinta
ResponderEliminargracias Bibliotecaria!