domingo, 18 de julio de 2010

Guinevere Pettigrew en la cumbre de toda fortuna


Aunque no se trata estrictamente de una novedad editorial, dado que El gran día de la señorita Pettigrew se publicó hace ya un par de años en la editorial Espasa, esta novela de Winifred Watson merece tener su lugar en la magnífica labor de rescate que algunas editoriales están llevando a cabo de novelistas inglesas, un auténtico filón literario. (El ejemplo más notorio y acertado es Impedimenta, con La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons, que se ha convertido por méritos propios en una de las novelas más vendidas de la temporada, o Lumen con las obras de Barbara Pym).
La deliciosa y encantadora novela de la que nos ocupamos aquí está protagonizada por la señorita Pettigrew, una mujer que ronda los cuarenta años que jamás ha tenido suerte en la vida. Desesperada, sin dinero ni para pagar el alquiler de sus modestos aposentos ni para llevarse un mendrugo de pan a la boca, su vida cambia el día que la agencia de empleo que supuestamente debería buscarle un trabajo la envía por error a casa de una cabaretera, Delysia LaFosse, en vez de colocarla, como estaba previsto, en el servicio doméstico de una casa mediana. La bella Delysia es especialista en meterse en líos, sobre todo en embrollos amorosos, y cuando la señorita Pettigrew llega a su casa, se halla inmersa en uno. Contra todo pronóstico, ambas damas se entienden de maravilla y la señorita Pettigrew, pobre, pero juiciosa y de muy buen corazón, encauza la vida de la señorita LaFosse y se convierte en su guía durante las veinticuatro horas más intensas que jamás haya imaginado nunca la entrañable señorita Pettigrew.
Winifred Watson (1906-2002) trabajó como secretaria hasta que decidió ganarse la vida como escritora. Escribió dos novelas dramáticas, que alcanzaron cierto éxito, pero en la tercera, El gran día de la señorita Pettigrew (1938), cambió completamente de registro. Este cambio no gustó en absoluto a sus editores y tardaron varios meses en decidirse a publicarla. Sin embargo, no se arrepintieron, porque la novela fue un gran éxito de ventas en Inglaterra y en Estados Unidos (en España permanecía inédita, igual que el resto de sus novelas). Hacia 1943, cuando tenía 37 años, Winifred Watson dejó de escribir para ocuparse de su familia.

En la calle, la señorita Pettigrew se estremeció. Era un día de noviembre frío, gris y brumoso y, además, lloviznaba. Su abrigo, de un feo y anodino color marrón, no era muy grueso. Tenía ya cinco años. El tráfico de Londres rugía a su alrededor. La señorita Pettigrew, de mediana edad, facciones angulosas, estatura normal, delgada por una alimentación deficiente, con una expresión tímida y derrotada, y una mirada de terror, discernible sólo para aquel que se tomase la molestia de fijarse en ella, se sumó al tropel. Pero en ninguna parte del mundo había algún amigo o pariente que supiera o le importara si la señorita Pettigrew estaba muerta o viva.

Watson, Winifred, El gran día de la señorita Pettigrew [Miss Pettigrew Lives for a Day], Espasa, Madrid, 2008. Ilustraciones de Mary Thomson. Traducción de Isabel Murillo Fort. Rústica, 264 páginas.