La escritora inglesa Edith Sitwell fue una de las damas más excéntricas de su época. Nació en 1887 en Scarborough, en la casa solariega de su aristocrática familia. Siempre mantuvo una relación tormentosa con sus padres, no así con sus hermanos, Osbert y Sachaverell, que se dedicaron también a la literatura. El aspecto físico de Edith recordaba vagamente a la reina Isabel I, era muy alta, acostumbraba a vestirse con prendas que, cuando menos, llamaban la atención de sus contemporáneos -trajes de brocado y de terciopelo, turbantes dorados- y se adornaba con numerosas joyas (actualmente expuestas en el Victoria and Albert Museum de Londres). Su carrera literaria se centró sobre todo en la poesía, pero sus versos fueron tan vilipendiados como su aspecto físico, aunque a ella nunca le amedrentaron estos ataques, que devolvió la mayor parte de las veces de manera virulenta. En 1954 fue nombrada Dama de la Orden del Imperio Británico. Falleció diez años después.
Su libro Excéntricos ingleses, publicado en 1933, fue un gran éxito, y con el tiempo se ha convertido en una obra de culto. La galería de personajes que retrata es, sencillamente, disparatada y deliciosa: ermitaños, charlatanes, nobles, vejestorios, curanderos, viajeros. Sir Robert Mackworth, por ejemplo, conducía siempre un faetón con cuatro caballos de diferentes colores y pintaba las ruedas del carruaje de acuerdo con los colores de los equinos; el naturalista Charles Walton se paseaba por sus tierras montado en un cocodrilo; el doctor George Fordyce se alimentó durante veinte años como un león, animal al que admiraba y al que dedicó parte de sus estudios de anatomía comparada.
La editorial Lumen publica por primera vez en español la versión íntegra de esta obra, ilustrada con los dibujos originales de su primera edición inglesa. Se ha elegido para la cubierta el retrato de Edith Sitwell que pintó Roger Eliot Fry en 1915.
Otro clérigo de la misma especie fue el reverendo Trueman, de Daventry. Feliz por la posesión de más de una rectoría, como la de Bilton, donde en otra época vivió Addison, este anciano parsimonioso, cuyos ingresos anuales habían sido de cuatrocientas libras, dejó al morir cincuenta mil. Su cargo de rector le fue de gran ayuda, pues cuando visitaba las granjas a fin de administrar auxilio espiritual podía robar nabos en los campos por los que pasaba camino de su pío cometido. Tras administrar los auxilios, pedía un trozo de tocino para hervirlo con los nabos. Nunca le negaban la humilde dádiva, y si la mujer del granjero volvía un momento la espalda, dejando el tocino al alcance del clérigo, éste sacaba su cortaplumas y robaba una segunda pieza. Cuando las ropas del señor Trueman necesitaban un zurcido, se las arreglaba para que le sorprendiera la noche en una de las granjas más ricas de su parroquia...
Sitwell, Edith, Excéntricos ingleses [English Eccentrics], Lumen, Barcelona, 2009. Traducción de Jordi Fibla. Cartoné con sobrecubierta, 440 páginas.