martes, 31 de julio de 2012

Veranos literarios (II): Biarritz


Unas nostálgicas casetas de baño con rayas de colores acogen al bañista en la Grand Plage de Biarritz. Seguro que datan de los felices años diez y veinte, cuando este pueblecito pesquero era lugar habitual de vacaciones de la más florida aristocracia, que se alojaba en el emblemático Hotel du Palais y se jugaban las herencias en sus rondas nocturnas por el casino. El Hotel du Palais tiene salida directa a la Grand Plage: un enorme privilegio para que su fiel clientela pueda tomar las aguas en un vigorizante mar Cantábrico.
En las primeras décadas del siglo XX Biarritz rebosaba de actividad. Todo aquel que se preciaba de ser alguien debía pasar unos días en este balneario. Y había una minoría selecta que brillaba por encima de las demás: la gran burguesía y nobleza rusas. Llegaban a la estación de La Négresse en un ferrocarril que venía de Moscú y San Petersburgo vía París. Uno de aquellos primeros rusos que descubrió la bonanza de la costa biarrota fue el escritor Antón Chéjov. Parece ser que eran famosos los abundantísimos desayunos que tomaba durante sus estancias en Biarritz: cinco platos completos.
Alrededor de 1910 la familia de Nabokov se instaló en Biarritz para pasar un par de meses. Venían con un séquito de once personas, entre criados, mayordomos, un ayudante de cámara, una institutriz inglesa y una niñera rusa. En aquel entonces, el pequeño Vladimir tenía apenas diez años y su ocupación favorita era la caza y el estudio de las mariposas. En su obra autobiográfica Habla, memoria (Anagrama), Nabokov evocó los baños en la Grand Plage y en la Côte des Basques: "Allí había bañistas profesionales, hoscos vascos con bañador negro que ayudaban a las damas y a los niños a disfrutar de los terrores del oleaje". El primer amor del escritor también está unido a Biarritz. Se enamoró de una niña de rizos rubios con la que solía jugar en la orilla: Colette Despres, la hija de unos burgueses parisinos. El pequeño Vladimir quiso huir con ella, pero la aventura no llegó muy lejos: acabaron en un cine del pueblo, con su perrito, viendo una "lluviosa pero emocionantísima corrida de toros de San Sebastián".
Otra escritora famosa cuya familia recaló durante esos años en Biarritz es Irène Némirovsky. Su padre era un famoso banquero judío de Kiev y su madre una mujer egoísta a la que lo único que le importaba eran sus amantes. Cuando llegaban a Biarritz, su madre se alojaba en los mejores hoteles o en palacios, e Irène y el servicio lo hacían en humildes pensiones. El padre, por su parte, durante estos períodos vacacionales, se dedicaba a viajar por Europa y a gastarse el dinero en los casinos.
El escritor Pierre Loti también frecuentó esta costa, aunque en su caso siempre veraneaba en Hendaya, donde incluso compró casa. Jean Cocteau también se dejó caer por Biarritz en los años cincuenta y otro visitante ocasional era Truman Capote. Y Victor Hugo fue el primero de todos: en 1843 quedó fascinado por "este pueblo blanco de tejados rojos y postigos verdes edificado sobre montículos de césped frente al bravío océano Atlántico". 
Biarritz, uno de mis destinos veraniegos predilectos, tal vez no se distinga por su historia literaria, pero el nostálgico ambiente estival se conserva como en la muy literaria Belle Époque. Ciertamente, tenía razón Nabokov cuando hablaba de los terrores del oleaje: la Grand Plage es sencillamente espeluznante, sobre todo cuando la furibundia oceánica hace acto de presencia. Las olas apenas permiten adentrarse en el mar y bañarse es una lucha contra los elementos: pocas veces hay bandera verde. Con todo, no hay sensación más maravillosa que sufrir un verdadero rapapolvo en las aguas de Biarritz.
Si la literatura rusa y los otros autores citados no son suficiente reclamo para el lector estival, tal vez le apetezca visitar una preciosa librería de anodino nombre (Bookstore) que hay en el número 27 de la Place George Clemenceau, en pleno centro, en la bajada a la playa y al casino. Abierta en 1970, es la librería de referencia de lugareños y visitantes. Atestada de curiosidades y con mucho encanto, sus lectores habituales dejan notas en los libros aconsejando (o no) su lectura.

Libros expuestos en la librería Bookstore
Chéjov en la Grand Plage

domingo, 29 de julio de 2012

Veranos literarios (I): Venecia


"Venecia es en verdad la Venecia de los sueños", escribió Henry James el 21 de septiembre de 1869 en una carta a su amigo John LaFargue. Acababa de llegar a la ciudad y se hospedaba en el hotel Barbesi. Tenía veintiséis años. Cuarenta años después se marchó, dejando los salones del Palazzo Barbaro "más adorables que nunca". El hotel Barbesi se encontraba en San Samuele y tenía unas maravillosas vistas al Gran Canal. La luminosidad de Venecia, sus callejuelas, góndolas, campos, palazzos y canales hechizaron al joven James. En aquella época, la colonia de expatriados británicos y estadounidenses era muy numerosa. Habitaban señoriales palazzos y se dejaban llevar por el ritmo decadente de la ciudad. Henry James pronto cambió su alojamiento en el hotel por las maravillosas estancias del Palazzino Alvisi (frente a la iglesia de Santa Maria della Salute, propiedad de Katharine y Arthur Bronson) y más tarde por el Palazzo Barbaro, junto al Gran Canal, magníficamente restaurado por Daniel y Ariana Curtis y cuya presencia es palpable en toda la obra de James.
Se puede recorrer Venecia leyendo las maravillosas epístolas en las que Henry James alaba las bondades de esta ciudad, agrupadas en dos volúmenes exquisitamente editados por Abada: Horas venecianas y Cartas desde Venecia. En una misiva fechada en junio de 1887, el señor James envió a su editor el manuscrito final de Los papeles de Aspern, la mejor compañía libresca para deambular por Venecia. El protagonista de esta nouvelle es un joven crítico y editor que recala en la ciudad de los canales en busca de una de las musas de un poeta cuya obra admira, Jeffrey Aspern (trasunto de Shelley), con el convencimiento de que la dama todavía conserva cartas y letras inéditas de éste en el palazzo en el que vive.
Me gusta pensar que Venecia apenas ha cambiado desde los tiempos de Henry James. O desde que Goethe vio por primera vez el mar desde el Campanile. O desde que lord Byron demostraba sus proezas natatorias en el Gran Canal. O desde que Dickens disfrutó de un breve período veneciano durante su Grand Tour por Italia. O desde que el gran Robert Browning murió en esta ciudad en 1889, en el palazzo de su hijo, Ca' Rezzonico, a orillas del Gran Canal. (La inscripción de su fachada reza: "Open my heart and you will see graved inside it: Italy").
Me gusta pensar que Elizabeth Barrett Browning tal vez se inspirara durante sus paseos por las preciosas callecitas lindantes con Ca' Rezzonico para escribir sus maravillosos versos ("¿De qué modo te quiero? Déjame que lo cuente"). Me gusta imaginarla asomada a los balcones del palazzo con su cascada de rizos y "su sonrisa como un rayo de sol".
La sensación de que Venecia permanece inmutable al paso de los siglos se palpa en cada rincón de la ciudad. Afortunadamente, la marea humana que congestiona la Piazza San Marco desaparece en cuanto se traspasan las calles aledañas. Hay una Venecia escondida, recóndita. Hay una góndola llena de libros en el sestiere de Castello, en la calle Longa Santa Maria Formosa. Hay una papelería que se llama Il Papiro llena de preciosos papeles, exlibris, tarjetas y grabados. Hay ecos literarios en cada palazzo. Hay pop art firmado por Jeff Koons al borde del Gran Canal. Hay un artesano que sopla vidrio y lo convierte en lápices de cristal que vende al módico precio de 5 euros. Hay una librería que vende libros al peso. Hay... Hay...

Al fondo, Ca' Rezzonico

Exlibris de Il Papiro


domingo, 8 de julio de 2012

Jaque mate


La capacidad de resistencia del ser humano en situaciones terribles y adversas no deja nunca de sorprender. Un día, el señor B. es arrestado por la Gestapo y conducido a una habitación de hotel. La tortura psicológica a la que es sometido hace que envidie a aquellos que fueron deportados a los campos de concentración. Los interrogatorios se suceden. El señor B. aguanta. Después de cuatro meses infernales de absoluto y total aislamiento, se encuentra con lo que considera que puede ser su salvación: un libro. La sola idea de volver a leer consigue, en cierto modo, serenarle. Sin embargo, tras robar el volumen, esconderlo y pasar penalidades para que sus carceleros no adviertan que se ha hecho con él, se lleva la sorpresa de encontrarse, no con un libro, en sentido estricto, sino con un manual de ajedrez. A partir de ese momento comienza para el señor B. una partida que acaba por salvarle la vida... o no, o no tanto.
Novela de ajedrez transcurre en un viaje en barco durante una travesía desde Nueva York a Buenos Aires. A bordo viaja el campeón mundial de ajedrez, Mirko Czentovicz, un tipo de limitadas capacidades, excepto para este juego, del que es un genio absoluto. El señor B. también es pasajero del vapor. Sólo es cuestión de tiempo que entre ambos se entable una partida de ajedrez que desvelará dos pensamientos y naturalezas antagónicas.
Stefan Zweig (1881-1942), un maestro de la literatura, utiliza como excusa el ajedrez para narrar una historia estremecedora sobre uno de los capítulos más aborrecibles y vergonzantes de la historia de Europa. Con su característica técnica narrativa y su hondura psicológica, logra en apenas cien páginas una obra magistral. Se publicó de manera póstuma, pues escribió la novela pocas semanas antes de suicidarse, desesperado ante el rumbo que estaban tomando los acontecimientos en Europa y pensando que el nazismo se extendería por todo el mundo. Dejó escrita la siguiente nota: "Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la tierra".

Nada que hacer, nada que oír, nada que observar; el entorno de la nada, el vacío total, sin espacio y sin tiempo. Me paseaba arriba y abajo y conmigo iban los pensamientos, arriba y abajo. Una y otra vez, arriba y abajo. Pero incluso los pensamientos, por muy etéreos que parezcan, requieren un punto de apoyo, pues de lo contrario giran y giran en torno a sí mismos, en un torbellino sin sentido; tampoco ellos soportan la nada. Desde la mañana a la noche se está a la espera de algo que nunca llega. Se espera y se espera. Y no ocurre nada. Y se sigue esperando, y esperando, y esperando... y pensando, y pensando, y pensando... hasta que duelen las sienes. Y no ocurre nada. Y estás solo. Solo... Solo...

Zweig, Stefan, Novela de ajedrez [Die Schachnovelle], Acantilado, Barcelona, 2000. Traducción de Manuel Lobo. Rústica, 96 páginas.

(Esta novela me la recomendó mi amigo David. No es la primera vez que se pasea por esta biblioteca. Siempre acierta de lleno. Gracias, David).